PREJUICIOS
A propósito del artículo Compro, no compro (28‑11‑2015) escribe mi amigo: Que condenaras que menores de edad pidieran en la puerta de un híper para el Banco de Alimentos sin permiso de los padres, cuando nunca habías condenado que, también sin conocimiento de los padres, las menores pudieran abortar, me pareció una contradicción dictada por un prejuicio ideológico. Sobre el mismo tema no contestaste a mi comentario sobre la vuelta a la tortilla que las grandes superficies (y los propios bancos de alimento también) habían dado a la idea primitiva de aprovechar excedentes o productos con presentación defectuosa, convirtiendo la idea en que, no las tiendas, sino los clientes, entregaran los alimentos a los bancos, haciendo más negocio para las grandes superficies. [Nota de eLTeNDeDeRo. La respuesta se intentó en Justicia o caridad, artículo publicado dos días después.]
Leído lo cual, si por prejuicio entiendo juicio previo, y no opinión previa desfavorable acerca de algo que se conoce mal, qué sería de nosotros sin juicios que se anticipen a lo que la vida nos va poniendo por delante. Estaríamos continuamente naciendo a los conceptos, tomando lo viejo por nuevo y lo conocido, por desconocido. Como nuestro juicio intuitivo puede inducirnos a error, a tomar senda por carrera, como diría el Arcipreste, lo mejor es no mezclar en el debate elementos de segundo o de tercer orden (casos humanos de colegiales o maternidades no deseadas) y que batallen, no los peones, sino los reyes del tablero o de la baraja, pues ¿quién, en su sano juicio, defiende abortar por gusto, maltratar a un niño o enajenarse de las tragedias que salpican el mundo? Que hablen los reyes. Un rey es el capitalismo y dos prejuicios creer o no en él. Otro rey es el cambio social y dos prejuicios justicia o caridad, remedio o enfermedad, reforma o revolución. Solidaridad, infancia, aborto son conceptos de una sociedad y no la hemos inventado ni mi amigo ni yo.