En una sociedad frivolona que ha transmitido y multiplicado consignas como “sé tú mismo”, “es tu derecho”, “si a ellas les gusta” (el velo islámico, sin ir más lejos) o “a quién le importa” (lo que yo haga) y otros lemas soberbios, válidos para la educación, la moda, los modales, las opiniones o los tatuajes, surge de pronto el soberanismo, soberana estupidez cara a la Aldea Global.
Pasa que no es la hora de salir con “¡menuda tontería!” y con lo que de verdad importa: “las clases sociales” o “las condiciones económicas de las clases bajas” versus “los Pujol”, que lo explican todo. Dada una sociedad que fomenta estos tres valores, que son, a saber: democracia, libertad y realización personal, el nacionalismo (como plasma colectivo) es mejor que quienes desde la patria autoritaria pretenden desprestigiarlo.
Y, en todo caso, desafío soberanista, y no otro, es el partido que se juega. Ojalá lo gane Cataluña con toda su pamplina a cuestas, porque ganaremos todos; también para que pasado mañana hablemos de otra cosa.