17 de marzo 2021, Miércoles de Ceniza. Faltan cuarenta para el Domingo de Ramos. Puede ser pasión cristiana, de polvus eris et polvus reverteris, o pasión pasión, hora que marca la hora de los sentidos con los sentidos. Hay ciudades Ceniza y hay ciudades Cenicienta.
Sevilla es cenicienta o princesa, no se den cuenta que, detrás de las doce y del beso, no hay nada, la Sevilla que rinde culto a sus cultos y calla sus cartas marcadas: Gran Poder o Esperanza, Triana o las Tres Mil, Pata Negra o el roquero Silvio. Ha de ser así para que una heterodoxia ponga cara a la cruz y para que haya moneda. Quien guste el género busque Pedro G. Romero, Fugas sobre lo sagrado y la vanguardia en Sevilla (2004), para después bajar en escalas (a menos complejo y a más furioso) hasta las entrañas de TeVeo y del Coño Insumiso, pasando por editorialistas con mando en la prensa sevillana (hay una Sevilla del ABC, qué duda cabe) picoteando otros ángulos, los que dan Pive Amador, Miguel Brieva o Fernando Mansilla, en vuelo hacia la aldea global.
¿A quién hablar entonces?, se preguntaba el poeta. ¿A quién hablar de Sevilla sin pretender vivir del cuento ni molestar el sueño de la ciudad dormida? Tuvo que ser ‑ahora lo sabemos‑ ese suspense o tiempo muerto, esa instantánea o imagen fija, esa captura de pantalla que trajeron pandemia y confinamiento: viñeta del Coyote a punto del precipicio y ahí queda al vacío, para que sonría el Correcaminos.
Otro día negábamos la fiesta y la fiesta popular como esencia y modo de vida de Sevilla. Y aunque es improbable que la antropología cuestione sus rutinas (rutinas que han sido puestas al servicio del turismo por la ciudad terciaria), habría que distinguir fiestas de algún origen ancestral (tal vez flamenco o tauromaquia), de otras fiestas democráticas alzadas desde mitad del siglo 19 a esta parte, fiestas que han visto luz hacia fuera como reclamo al turismo y, hacia dentro, como chantaje a un pueblo que prefiera trabajar para la minoría divertida con tal de sacar un dinero extra. No olvidemos que otro durmiente era la lucha de clases.
Desde la Movida, hace cuarenta años, concejalías de fiestas y cultura de toda España manipulaban sin escrúpulos con tal de hacer medievales unas jornadas recién inventadas, o, patrimonio cultural, la primera ocurrencia romana o andalusí. En esa loca carrera, Sevilla sentaba cátedra: Semana Santa y Feria, casi nada. Toda la primavera a su servicio.
Pueden leerlo en La fiesta según Sevilla de Daniel Lebrato (2011). Pueden ver cómo cada fiesta de Sevilla viene a gusto del señorito (nombre epiceno: señorito hembra o señorito macho, muy marcado el sexismo). Y la mitomanía con las fiestas como motor de la economía, con reflejo en el pib y como creadoras de puestos de trabajo, ya han visto todo eso en qué ha quedado.
Entre Pandemia y Confina (dos personajes de TeVeo) un disparate impensable hace años se ha hecho evidente y posible: Sevilla en primavera sin capillitas y sin casetas, Sevilla en blanco, y a ver qué pasa, y a ver quién llega.