Domingo de Ramos en Sevilla. Hoy empieza todo, para la gente de buen vivir: vacaciones del segundo trimestre, Semana Santa, Resurrección, Toros, Feria, Rocío, Corpus; y ya, de ahí, a la playa, al chiringuito, que es verano y el curso habrá terminado. Ese mundo estaba al alcance de muy pocos bolsillos pero, amigo, ¡qué chalecos-traje del señorito, con sus dos bolsillos para dar propina y para dar limosna! ¡Qué cartera y qué presupuesto para el palco en la Carrera, el abono en la Maestranza, consumos en el Real y en la Caseta, carreta para el Camino, casa para la Aldea, hasta el trajecito oscuro para lucir junto a la Custodia de Arfe! Lo que irá en túnicas nazarenas, papeletas de sitio, trajes de flamenca, caballos, coches de caballos, cacharritos en Calle del Infierno; todos gastos por primavera que habrá que añadir a los que trae consigo familia numerosa clase alta todo el año y lo que queda: uniformes, matrículas, conservatorios, másteres, bautizos, comuniones, bodas. Quien diga que las fiestas de Sevilla son populares, o nos toma por tontos o merece el óscar a la tontería.
La fiesta según Sevilla (esto es, según el señorito, que es quien puede pagarla) solo alcanza a ser popular de dos maneras subalternas: para las de clases medias, que entre sí compiten por participar, donde habrán sido invitadas (por la política, la religión, la antropología, la democracia, la cultura, empresas y entidades) para que en la fiesta se gasten sus ahorros, y para puesteros, feriantes, hostelería y sector servicio (del 75 al 80% del pib de la ciudad) que, mientras dure la fiesta, tendrán trabajo y, del trabajo, fondo de ahorros para todo el año.
Sevilla en blanco (colaboración para la revista TeVeo nº25
Bibliografía en eLSoBReHiLaDo:
—Ética a un burro, José Antonio Moreno Jurado
—Aproximación al hombre mágico, Juan Manuel Borrero (prólogo Miguel Florián)