
Nada más llegar a Higuera, el otoño era en la Sierra
amarillo, amarillo, amarillo
de los castaños y de los chopos.
Juan José Espinosa Vargas,
hermano sobrehilante, nos grabó aquello
de Pobre Berta, creía
que el sol iba a ser siempre
amarillo amarillo amarillo,
y toda la chavalería del instituto
se aprendió aquel verso de memoria
y cada vez que uno de los nuestros se recalcitraba
que iba a tener un 10 siempre y nunca un 5
el grupo le tatareaba: Pobre Equis,
creías que el sol iba a ser siempre
¡amarillo, amarillo, amarillo!
Las tardes de septiembre a todos los santos
La Maga y yo salíamos a las caminas,
yo con mi navajita,
y nos jartábamos robando melocotones,
membrillos, peros y peras
a vecinos que se lo esperaban y casi les parecía un feo
que prefiriéramos robarles a otras huertas.
Nunca he merendado tan como Adán la fruta prohibida
y cuando nadie me escucha ni yo escucho
me sale decir de aquella Sierra en su estación única
¡Que Dios la bendiga!
(El daltónico creía que todo iba a ser siempre
amarillo amarillo amarillo.
Todavía lo creo.)
*