Solo porque, en nuestro ordenamiento jurídico y mental, la religión está a la altura de cultura o civilización (en una sociedad de individuos que presumen de ser cultos y civilizados, solo, solo por eso), la exteriorización religiosa (no la fe, que es algo que va por dentro) debería estar absolutamente prohibida como contraria a la armonía, a la convivencia, al humanismo, a la inteligencia y al progreso. En todo caso, deberíamos afear la conducta del ser creyente como ser primitivo despiadado para los demás, bárbaro y supersticioso. Antes de que sigan prohibiéndonos a nosotros, no se olviden de prohibir todas las religiones.