Enseñar al que no sabe es obra de misericordia espiritual, siempre que el enseñante, amonestador o corrector no se alce ‑o por soberbia o por ignorancia‑ sobre la persona a la que corrige. En FCinco pueden leer la chapuza de español que manejan tanto un redactor como su atrevido -y algo ignorante- corrector.