Manrique no hay más que uno y a todos se nos mueren los padres. Elegías y pésames aparte, un padre no es para tanto. Ni siquiera una madre. Yo, sin ir más lejos, y perdón por la cita, he sido padre dos veces y, según cuentan mis hijos, el peor de los padres. Y he pensado: tampoco mis hijos son para tanto. Hombres y mujeres del primer mundo han sido en cunas de agó agó, en carros de qué cosa más linda y en carreras de lujo. De ahí salieron las buenas personas, por supuesto, pero también malas, impresentables o fachas. A la hora de irnos, si nos vamos por orden, es que la cosa funciona: detrás iremos nosotros. El contemplando de Manrique se resume en que no hay nada más que contemplar. Solo el amor ‑incluido el amor que sentimos por nuestros padres‑ nos justifica y nos salva.
∞