Las campañas del 25‑N son la garantía de que la violencia sexista no va a parar. Contra violencia, economización, propuso eLTeNDeDeRo, y a alguien le saltó la alarma, y es normal: se ha pedido tanto que la economía no mande en nuestras vidas y lo ha pedido gente con buenas intenciones, que la economía está desprestigiada. (También se dijo que el ama de casa debería cobrar un sueldo, aunque su trabajo no esté pagado con nada y, al comienzo de la crisis, hasta hubo quien propuso que en los hogares de dos trabajando uno de los dos renunciara a su trabajo para combatir el paro en otros hogares.) Percepción económica de la familia hay; lo que no está es tipificada como empresa pública o privada sujeta a derecho laboral o mercantil sino a juzgados de Familia que actúan ‑las más de las veces‑ en caso de desunión o disolución, cuando ya es tarde.
Economizar es ahorrar[1]. No existe en español un verbo que signifique ‘convertir algo que no es economía en algo que lo sea’. De ahí, la invención de economización para significar que la familia circula como economía sumergida y que debería aflorar en estos términos: familia: sociedad o empresa; cabeza de familia: parte patronal; ama de casa: parte sindical con derechos laborales; prole: bienes que habrá que presupuestar y costear dentro de una economía ‑esta sí‑ sostenible.
Nada de esto tiene que ver con el amor y, mucho, con la violencia sexista cuando ‑en el momento del abandono o de la ruptura‑, sobre la violencia base del violento emparejado o casado, actúan dos violencias sobrevenidas: unas son de macho contra macho y, otras, de pareja contra pareja. En macho contra macho actúa el horror del perdedor en la contienda, sea el macho el macho mismo y solo, sea el macho destronado con celos de un rival, o sea el coro de los machos de pelea en la taberna o en el trabajo: hay quien la tiene más larga, hay quien folla mejor, hay quien se tira a tu mujer, argumentos carne de berrea donde manda el instituto, la tribu. En cambio, en pareja contra pareja actúa lo material, el reparto o la pérdida del patrimonio o del territorio ‑lo que ya es economía‑ que puede parodiarse así: con el rollo de los hijos, ésta se queda con la casa, con el coche y, encima, tengo que pasarle una pensión para que se la gaste en viajes con el otro mientras yo me quedo de canguro con los críos. La vez que el macho se enfrenta a sus dos rivales ‑él mismo y la expareja depredadora‑ el macho sufre un acceso de violencia que da para matar y matarse. Y es ahí, en el turbión de fuerza que se produce en su cabeza, donde habría que actuar y no conformarnos con declaraciones póstumas: ¡pues tenía que haberse matado antes!, ¡pues muy bien, por cabrón!, y otras simplezas que no devuelven la vida a la víctima y que no sirven más que como tonto desahogo.
Desde el Estado y la acción política, se podría actuar contra el machismo mediante la educación. Ocurre que las sociedades democráticas, de base individualista, no tienen por bien vistas restricciones, prohibiciones o intromisiones de lo público en el ámbito privado y quien es gilipollas, macho súper o cabeza hueca, va a seguir queriendo seguir siéndolo, lo mismo que las hembras que no se plantean salir del sistema de la moda o de las convenciones que tienen puestas como un zapato de tacón encima y querrán casar y parir, que su niño haga la primera comunión por emulación y que, su niña, las mismas uñas pintadas, pírsins y tatuajes que ellas, las partidarias del “si a ellas les gusta”.
El inútil combate en el terreno macho contra macho deja de ser inútil cuando se actúa sobre lo mensurable, tasable y traducible en bienes y euros. Eso sería la economización de la familia. ¿Se puede? ¡Se puede! ¿Se quiere? ¡No se quiere! Por no molestar ni a la Iglesia ni al Estado que, de la improvisación y la chapuza, sacan materia para imponer su hegemonía, se llame amor, se llame la bendición que son los hijos, se llame uy qué mono o qué bonita, y ya veréis cómo, con la ayuda de Dios, del Estado del Bienestar y de la familia, salís adelante. Las campañas del 25‑N ‑todas llenas de sangre, de moretones, de cicatrices y puñales‑ son la garantía (como los accidentes de coches con mortandad en carretera garantizan que seguirán fabricándose automóviles) de que la violencia sexista, esa que empieza en consentir que macho tape a hembra (musulmana), no va a parar porque es el precio de la prevalencia ‑no del macho sobre la hembra ni del hombre sobre la mujer ni del machismo sobre el feminismo‑ de la violencia sobre la violencia, donde también juegan el fútbol, los sanfermines, los videojuegos, los concursos de belleza y cuentas de resultados, de Airbus o Abengoa, de juego de tronos, de másters chefs y de un infinito y cansino etcétera de una sociedad que ‑falta de una ética humanista ‑no se concibe a sí misma sin el aporte o el soporte vital de la violencia.
[1] El sufijo -izar forma verbos que denotan una acción cuyo resultado implica el significado del sustantivo o del adjetivo básicos, bien por reducción del complemento directo a cierto estado como en los transitivos carbonizar, esclavizar o impermeabilizar, bien por la actitud del sujeto como en los intransitivos escrupulizar o simpatizar. (DAE)