La hora del demócrata.

Toda mi vida he sido un discrepante frente al todo. Cincuenta años contra lo que se despacha en sociedad por mis ideas cívicas o políticas o por mis actitudes éticas o estéticas. Toda mi vida callando por pudor contra la opinión de mi vecino, crítico como yo pero absolviendo él dos parásitos de la razón crítica que han sido democracia y capitalismo. La democracia y el capitalismo eran siempre, como el fútbol o la violencia en el fútbol, dos tópicos populares que eran apuestas ganadoras a precio final. Como del fútbol o la violencia en el fútbol, nadie con estudios se atrevía a defender democracia y capitalismo por sus bondades probadas. Democracia y capitalismo vencían siempre en el primer o en el último combate mediante la salvedad (por muletilla o coletilla) de ser “lo menos malo que se conoce” poniendo enfrente lo que no se podía comparar ni compartir: el comunismo o el estalinismo de Rusia o China o Cuba. Toda mi vida, yo el discrepante, en fin.

Ahora que el caso Pedro Sánchez ocupa las primeras de la noticia, pienso, como de la violencia en el fútbol, que algo habrá que implicar a las propias hinchadas o aficiones desde los ultras del gol sur hasta los correctísimos y educadísimos de la tribuna y el palco. Y creo que es la hora de los demócratas. Tanto decir fábulas trilladas sobre el poder del voto, sobre la fuerza del Estado, sobre el Estado de Derecho, con su Justicia igual y para todos, algo tendrán que asumir, de tales dioses, los pobres creyentes que van con ellos. Oremos. Otro día hablamos del capitalismo, otro fijo número uno insuperable.

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