lingüístico golpe de estado

El primer golpe de estado en España lo ganaron los golpistas con un pronunciamiento; el segundo, con una guerra civil y, el tercero, lo van a ganar con unas palabras.

A la manera del golpe militar de Franco en 1936 se diseñaron los golpes de Chile en el 73 y de Argentina en el 76. Si hiciera falta, Missing, de Costa Gavras, es la película que ilustra la implicación de los servicios de inteligencia en este tipo de golpes. Pasado el tiempo, la inteligencia opta por campañas y presiones mediáticas capaces de crear un estado de opinión. Es lo que pasa cuando se siembra de en funciones la crónica política. La enfuncionitis se percibe como amenaza por una población que da por bueno cualquier enfunciolíto[1]. Ya tenemos a Rajoy, el hombre del 33,03, valiendo el cien por cien: 69,97 de soberanía popular que se lleva por la campaña y por la cara. Si eso no es golpe de estado, que vengan Franco, Pinochet o Videla y lo vean. No robó tanto ninguno de ellos. Y sin sangre, que es lo que tienen las nuevas tecnologías.

Entre el golpe militar en uso del 36 al 76 y el inminente golpe lingüístico está el democrático golpe de estado o golpe de estado parlamentario, estrategia de la Cía para América Latina en el siglo 21 (Honduras, 2009, Paraguay, 2012); ha triunfado en Brasil y está por ver en Venezuela. Pero el golpe a base de intoxicación lingüística es de marca española. Mañana, 23 de octubre, viaja de la prensa a la Wikipedia con vínculos a Psoe, a Fernando VII y a ¡vivan las cadenas! Tatatachín, con ustedes: ¡Mariano Rajoy el Deseado!

[1] Como se ve en el último sondeo CIS.

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