Una niña de nueve años, hablando de sí misma
Llevo una falda de cuadros que me cubre hasta la pantorrilla pero aun así aprieto las rodillas para que vea que me sé sentar derecha y cerrada a cal y canto como una señorita decente.
Si miento de forma deliberada no me creerá. Debo ser lo más sincera que pueda dentro de la discreción, de la beatitud virginal de niña que sí conozco.
Una joven de veinte, hablando de otras y de ella misma
Peluquería una vez al mes como mínimo, depilación con cera cada dos semanas, jamás un grano ni un mechón encrespado. Sobre ella imperaban dos bendiciones cruciales en la vida, la genética y el dinero.
Lo que más me sorprendió de este asunto es que te contaran horrores del afeitado pero nadie te dijese que la depilación podía causar infecciones y que era tan, tan dolorosa. La primera vez que me hicieron la cera grité sin poder creérmelo. La señora me miraba como a una malcriada y me repetía que para presumir hay que sufrir.
Me parecía inverosímil que se pasara por semejante tormento de manera tan frecuente y estoica. Me molesta retirar los pelos de todas formas, lo hago solo si tengo una primera cita en la que quiero evitar que me miren con asco, si me apetece notar el tacto puro de la carne pelona o si quiero pulir un poco algún look.
Mi excusa fue que tenía muchos pelos y me daba vergüenza. Le pareció un motivo de muy poca monta pero al mismo tiempo le costaba comprender el descuido porque ella siempre estaba recién depilada. Lo de los pelos era cierto, estaban allí y me avergonzaban mortalmente pero en el fondo era una verdad mediana encubriendo una verdad más gorda. No quería que me viera desnuda con las bombillas del espejo sobre el lavabo encendidas. Imposible, era imposible. Fue como volver a las tardes eternas de no ser capaz de quitarme la ropa para bañarme en una piscina con otras personas para que no me vieran el cuerpo pero peor. El pudor era mucho mayor y lo que me estaba haciendo sacrificar aquel sentimiento infecto mucho más importante.
Con los tacones fue igual. Me esperaba que doliesen pero no de una forma tan intensa. Los tacones pueden provocarte trastornos mentales. Llega un momento en que te empiezas a sentir tan lesionada que no eres capaz de pensar en otra cosa.
También manejo el catálogo completo de sus productos cosméticos, sé cómo es desnuda desde todos los ángulos, a qué ritmo, con qué tono y grosor le crece el vello corporal en cada zona, a qué altura se le hace el remolino en el flequillo y cómo hay que tenerlo en cuenta a la hora de plancharle el pelo, con qué frecuencia se lava los dientes, qué pasta usa, cuánto le dura la regla y de qué color es la sangre dependiendo del día, cómo frunce el labio superior frente al tío que le gusta y lo largas que parecen sus pestañas cuando se mojan porque el tío se ha portado como un imbécil.
Hace unos meses, poco antes de coger las tijeras de la cocina y sacarme de cuajo unos treinta centímetros de melena sana, acababa de atravesar el peor episodio de acné de mi vida. Me empezaron a salir granos a los ocho años. Entonces no tenía ni idea de lo que hacer con ellos. Mi madre me miraba con asco.
Este año he empezado a ponerme crema antiarrugas para piel grasa, contorno de ojos y anticelulítico en las cachas para dejarte un buen legado. No me he arrancado ninguna de las canas prematuras que me llevan brotando desde los dieciséis porque no me avergüenzo.
Ya han llegado los pantalones de pitillo, cosa que me parecía impensable en el 2001 donde solo se concebía una buena campana, y empiezan a aproximarse los tiros altos que llevo tanto esperando. Al corte a la cadera yo me entregué con todo mi corazón y me compré pantalones tan bajos que me asomaban los pelos del coño por la cinturilla, pero ya estoy harta de llevar los riñones al aire, de que se me salga la raja del culo, de las faldas con leggins, de los pantalones pirata. El día que conocí a Diana yo llevaba un vestido encima de unos vaqueros con pata de elefante.
Tengo el pelo reluciente de haber dejado la mascarilla actuando diez minutos, me he puesto los rulos, me he exfoliado la cara, me he pasado la piedra pómez por los pies y la cuchilla por las piernas y las ingles.[1]
PREGUNTAS AL FEMINISMO
1. feminismo y moda. postura del feminismo
2. feminismo / femenino / hembra / mujer o lo mujer. ¿Se puede hablar de feminismo (término derivado) sin ir a la raíz o hablar antes de las palabras simples como términos marcados que se imponen a mujeres y a varones, particularmente al colectivo lgtbé, que tanta vida ha dado a tacones y boquitas pintadas?
3. falda / pantalón. ¿La división falda / pantalón no parte en dos modos de sexualizaciones un colectivo que luego cursará igualdad y coeducación?
4. ¿Esa desigualdad se toma por riqueza intercultural, lo mismo que se ha hecho con el tapadismo islámico sin que el viejo feminismo ni el laicismo se quejen demasiado?
5. ¿No estamos, en fin, viviendo un orgullo hembra que da por bueno igualarse a un universo macho que no ha sido vencido ni discutido, sino que se reparte de tal manera que las mujeres acepten y den por buena su victoria con tal de mujeres militaras, bomberas, guardias o futbolistas y de que ellos paseen con orgullo el carro de bebé por la Alameda?
6. ¿Se puede discutir un mundo y al mismo tiempo ser, de ese mundo, lo social o lo políticamente correcto?
[1] Fuente: Elisa Victoria (Sevilla, 1985), sus novelas Vozdevieja (2019), para la niña de nueve años, y El Evangelio (2021), para la joven de veinte. Negritas y cursivas de eLTeNDeDeRo.