Lección Covid.

Tanto que se oye hablar de los efectos del corona virus, las conversaciones no han de ir solo sobre en qué manos estamos, distopía más o menos (ver Correo de Andalucía de hoy), sino también sobre el efecto Covid en nuestra vida más inmediata, más allá del negocio aquel.

Una economía eminentemente turística ha atravesado de marzo a aquí sin turismo. La conclusión es positiva dentro de lo negativo. El aislamiento y la pandemia han dado luz a lo que concejalías y ayuntamientos no querían ni oír hablar: que hay vida al margen de procesiones, corridas de toros, ferias y fiestas patronales. Había un discurso festero que se ha venido abajo con toda su iconografía de cristos y vírgenes, de Toros en la Maestranza o Caballos en Sanlúcar. Sin Fallas ni Sanfermines, Valencia y Pamplona: nada pasa.

—¡Eso lo dirá usted! -replicará la del bar o el del hotel.

Eso lo dice Daniel Lebrato, claro que sí. Soy partidario de que cada uno se pague sus copas, y nada de ir a fondo común cuando en común no se estipula ni se presupuesta nada. La inercia es esta: en nombre del beneficio pib que deja la fiesta (da igual Semana Santa o Feria), la ciudad se ofrece gratuita (calles y plazas, movilidad, seguridad, limpieza) para lo que la promotora de la fiesta mande ocupar, manchar, deteriorar sin que nadie le pase la factura y para que se forre una patronal turística o de servicios que tampoco afloja pero, eso sí, “crea muchos puestos de trabajo”, patatín patatán o blablablá, tache lo que le aburra de un discurso manido.

En Sanlúcar por Carreras de Caballos, no conozco impuesto directo que abonen chiringuitos que pueblan su recorrido, desde Macario o la Morera, hasta La Orilla o el Alfonsito, incluyendo restaurantes y bares de copas de Bajo de Guía. No se conocen los miles de euros que el Ayuntamiento haga pagar a la Sociedad de Caballos por la ocupación de sus playas que caballos y vehículos colapsan en temporada alta chupando nóminas policías y guardias civiles del erario público. Ni se conoce la relación de empresas y personas que apuesten como se apuesta de veras: poniendo el dinero encima de la mesa. Y eso debería incluir a la última casetilla de apuestas infantiles, que algo manchan y ocupan.

Hay una España muy mal acostumbrada a imponer a toda España lo que es gusto y disfrute exclusivo. Un Gobierno mínimamente sensible debería velar por lo público y no subvencionar virtudes ni vicios privados. Así, de paso, nos ahorramos discutir si tal festejo es cultura, patrimonio o tradición. Lo que usted quiera, señor taurino o señora rociera, pero páguelo usted y, terminada la fiesta, deje usted la ciudad y los caminos como estaban.

Esta, supongo, es la razón práctica, inmediata, que nos da Covid. Sin embargo, no espero que la pertinaz comunidad de votantes se dé por enterada. Más fácil, el sálvese quien pueda, el café de sobremesa o el adivina adivinanza de un Ramón Reig en el Correo. Si hay una medicina preventiva, por demás hay pensamientos preventivos por si el año que viene nos tocara otra temporada sin fiestas y sin turismo.

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