Por alguna razón, que tiene que ver con mi precoz escepticismo, no han cuajado en mi vida los Reyes. Y eso que a mi infancia, poblada de hermanos y de hermanas y con padre y madre a favor, no le faltó para creer en ellos. Ver la cabalgata, cenar pronto, su rosco de reyes, poner cada uno su zapato, y ¡a la cama!, que por la mañana había que madrugar.
Los reyes acertaban y se equivocaban a partes iguales. Hasta los trece, yo ya en la edad de las hormonas, no me trajeron el tren eléctrico y un libro no solicitado: Guillermo Tell de Bruguera juvenil, que me inició por fuerza a la lectura porque a mí (decía quien de mayor se dedicaría a las letras) “no me gustaba leer”.
Años más tarde, me hubiera correspondido hacer yo de rey mago. Pero el rechazo al consumismo navideño y la amplia sobrinada que me obligaría a comprar y a regalar, a acertar o no acertar con el regalo, me llevó a proponer a mi hermanía que hiciéramos un pacto: yo no te regalo a ti ni a tu gente y tú no me regalas a mí. Aquel acuerdo cundió y ningún Lebrato puso reyes jamás a ningún Lebrato. La Navidad terminaba para nosotros con el Año Nuevo. Reyes Magos, ¿para qué? A nuestro anti consumismo, vino a añadirse el rechazo a la Cabalgata interpretada como lucha de clases: en carroza, niñas del barrio rico de Los Remedios; abajo, familias de barrios pobres obligadas a agacharse al suelo para coger ¡un caramelo! Marxismo rudimentario, sentimental y práctico, sin duda alguna, porque Melchor, Gaspar y Baltasar quedaban libres de reparos republicanos. No así, su representación mortal y rosa en la Tierra.
Pasó además que el hijo me lo nació su madre un día 8. Hasta entonces, el día 8 de enero era un día terrible. El 7 duraban las vacaciones escolares pero el 8 tocaba volver al cole. Terrible. Terrible. El único consuelo estaba en que el 8 habían empezado las rebajas. Así que al hijo que tuve le cambié Reyes por Cumpleaños, día que consistiría en yo ir de compras con el niño, ya no niño, con la pasta preparada para él comprarse lo que le diera la gana: lo más inútil, lo más superfluo, pero también la camiseta o los calzoncillos que, como rey o como mal padre, era obligación mía comprárselo sí o sí. Ese fue el Día de las Rebajas. Hoy cumple, su portador, 41 años. Se dice pronto, Javiero.
ÁNGULO INVERSO (Corto de 01:45)