En la construcción trabajadores sexuales bailan y se dan la mano el puterío esclavo hétero y homo, mayor y menor de edad, contra los derechos humanos, y el puterío voluntario y como salida profesional. Y suele suceder que el puterío de lujo, gran parte de él con carreras universitarias, pone voz y declaraciones, y comparaciones con otros países legislativos, mientras pobres mujeres prostituidas, niñas a veces, ponen imágenes que mueven el corazón, no la razón, de la opinión pública. El cacao mental está servido. Basta ver redes. Pero, aunque se puede legislar y sindicar cualquier cosa, la pregunta sigue en pie y sigue en pie su respuesta:
Primero, hay que distinguir entre ocio y negocio, siendo negocio (nec otium, no ocio) tanto la actividad laboral productiva como la actividad empresarial. Después, hay que recordar que la sexualidad sucede en tiempo de ocio, al menos para una de las partes, la parte contratante (pues no existe como trabajo el ir de putas).
Tomemos el caso de una mujer que ejerce la prostitución a la fuerza y a la que solo por necesidades de guion llamaremos puta. Descartado que el cliente sea su patrón (el cliente usuario paga por unos servicios y su relación con la puta es comercial, no patronal), queda: a) el patrón es el chulo (tratante o proxeneta) o b) el patrón es la puta como mujer empresa o trabajadora autónoma.
Sobra decir que donde hay autonomía no hay trata ni chulería ni proxenetismo ni, por tanto, explotación más allá de lo que por explotación pueda entender quien preferiría hacer nada o algo mejor, por ejemplo, vivir de la renta. Y, en sentido amplio, cualquier rentista o patrón dueño de pequeña o mediana empresa puede sentirse ‘explotado’ (por Hacienda, por impuestos) y también el pequeño o mediano empresario dueño de algo puede decir que él ‘trabaja’ más que nadie, más que ninguno de sus empleados; quejas que hay que entender en su contexto, o sea, fuera del marco de la teoría económica.
Ahora tomemos el caso de la puta de lujo, esa mujer que voluntariamente ejerce el sexo de pago en hoteles o casas de prostitución de alto vuelo donde no se dan ni el sórdido chulo ni la sórdida trata y donde todo es sibaritismo y pago con tarjeta. Este puterío por cuenta propia y como trabajo autónomo sería de la misma índole económica que el trabajo de ama de casa y podríamos decirle lo que al ama de casa: que te pague y te mantenga y que cotice por ti tu marido o quien le lleves la casa y trabajes para él. El Estado no tendría, más allá de unos límites, nada que hacer ahí. Y el puterío por cuenta ajena si se legaliza o sindica estaría legalizando y empresariando dos imposibles: el tratante y el chulo.
El Estado, que lo sabe, se limita a perseguir, sin perseguir, al cliente, es decir, la misma hipocresía estatal que se practica con la droga: cambiando el cliente por el camello, todos condenan y persiguen lo que al mismo tiempo fomentan o toleran o disfrutan.