La crítica de Marx a la división social del trabajo tiene una aplicación en lo personal y es que tendemos a creernos nuestra profesión y a vincularnos de por vida al desempeño que nos da de comer. Y nos creemos estibadores, militares o profesores, oficios que podrían desaparecer en cuanto la enseñanza sea telemática, haya paz en el mundo o las grúas las pueda manejar un discapacitado. Salvo ingeniería y medicina, cualquiera puede hacer lo que haya que hacer: subir al andamio, bajar a la mina, recepcionar turistas o conducir vehículos. Y podríamos hacerlo según edad, sexo y condición física, alternativa o sucesivamente, sin que ninguna de esas actividades nos defina más que otra. En todo caso, es de justicia distributiva el reparto de los trabajos manuales. Pasa que el sistema educativo, que se presenta a sí mismo como expendedor de capacitaciones, es desde el principio un sistema selectivo que, unido a lo que ya nos selecciona por herencia, nacimiento y nivel de renta, incapacita a la mayoría para acceder al estatus de una minoría.