La Historia era una historia de modos de producción (esclavismo, feudalismo, capitalismo) todos ellos patriarcales sobre un matriarcado original al que un día, y con ayuda del marxismo feminismo, regresaríamos como al paraíso, ya sin primacía de ningún modelo sino como superación de los dos.
En el principio fue el matriarcado. La paternidad, o era incógnita en régimen de promiscuidad, o no importaba no habiendo nada que heredar ni que dejar en herencia. La ascensión del varón tuvo que ver con la prevalencia física del músculo[1] para la doma, la forja o la guerra, bases de la nueva economía. La prole, la casa, la granja, la pacífica agricultura seguían en mujeres[2]. Y estaba cantado que el varón al volver de la guerra, con el botín de la guerra y antes de marcharse otra vez a la dichosa guerra, iba a imponer sus pruebas de paternidad: la familia, la primogenitura, el apellido, la herencia: el patriarcado[3]. Sobre ese cuadro, el feminismo histórico[4], de mujeres de los siglos 19 y 20, hizo una proyección a su imagen y semejanza sobre un pasado en el que las mujeres nunca tuvieron el mando: en las Cruzadas, en los descubrimientos, en las rutas de la trata de razas y materias primas. No hay que preguntarse cómo serían Juana de Arco o Isabel la Católica. Nos lo dicen Indira Gandhi, Golda Meir, Margaret Thatcher o Angela Merkel: mujeres varones.
Mi generación ha visto pasar de un feminismo civil, militante y vindicativo, a una ascensión de lo femenino. El culto al cuerpo, el movimiento hombres embarazados, la nueva educación, todo es poderío femenino, para entendernos. Pero en ese cambio (climático) ha faltado la superación o negación de los viejos roles. Sirvan de muestra el orgullo gay, básicamente imitación de una imaginería feminoide, y la mujer islámica, tan feminista ella como tapada. Ambos absurdos bailan y se dan la mano en el orgullo burkini hasta vaciar del todo un feminismo cambiado en femineidad o feminidad, que de los dos modos se puede decir; docilidad, también, de quienes han renunciado a cambiar el mundo. Luchar cansa y es más fácil someterse, dar por bueno y proseguir.
Quienes cantan las gracias o virtudes de las mujeres (y los niños, primero, como en el Titánic), que prueben a prescindir del grupo varones y a ver qué les sale, mundo mejor o peor. El elogio a la mujer recuerda al Bécquer de mientras haya una mujer hermosa, manera de decir que la poesía era cosa de hombres. Mismo caso de Compañeras, presunto poema del madrileño Aluche Marwan Abu-Tahoun, Marwan, de su libro Todos los futuros son contigo (2015), ampliamente seguido en versión youtube: yo tuve algo que decir y no dije nada. Hablar de las mujeres es sacarlas del grupo humanidad.
Ahora, cuando la prevalencia física queda para las olimpiadas, cuando la revolución digital científico técnica desposee al macho de toda ventaja muscular, cuando la gestión de recursos y la economía punta son plurisexuales, ahora ‑justo ahora‑ es más aberrante la reducción de la mujer como heroína en casa y más sangrante la dejación del femenino singular y plural cuando más falta nos hacía para combatir el supuesto feminismo que se nos venía encima de mujeres disfrazadas de cultura, con el rearme de la religión que han traído, y como soportes vitales de un suicidismo terrorista que nos matará un día de estos. Mujeres son todas las mujeres, no las que un pavo elige en su cabeza.
[1] músculo > másculo > masclo> macho.
[2] El triángulo mujer casa agricultura lo percibíamos de chicos en la casa del pueblo de los abuelos, donde la abuela ejercía con una seguridad que nuestra madre en la ciudad no tenía.
[3] Decir familia patriarcal es redundancia. No hay más familia que la que impuso el páter familiae.
[4] Feminismos hay cuatro. Feminismo militante, o de tomar partido. Feminismo histórico, o de búsqueda de mujeres pioneras. Feminismo conductual, de lucha por la paridad en modos de vida y tareas domésticas. Y feminismo civil, por la igualdad de derechos políticos y sindicales desde las primeras sufragistas.
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