NI TONTOS NI MARXISTAS
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o el pollo de Pitigrilli:
“Si yo me como un pollo y usted ninguno, comemos medio pollo cada uno”
I.
¿Se han dado cuenta de que en las tertulias de la Ser y de Tve y en los editoriales de El País nadie usa la palabra capitalismo? Capitalismo es tabú sustituido por placebos como sistema económico, ocedeé o economía mundial. Dices capitalismo y te señalas como rojo o subversivo, marxista o comunista.
El comunismo era y es una hermosa utopía realizable (como socialdemocracia o comunidades de base) que nada tiene que ver con el socialismo ‘real’ que conoció el siglo XX, y con el que quieren quitarnos las utopías. Al capitalismo, que históricamente sólo ha practicado la democracia y el voto cuando la dictadura y la tortura no le han hecho falta, le quitas sus plusvalías y entonces da su verdadera cara: o vuelve a las andadas del golpismo (contra Cuba o Chile) o exagera su propaganda (como hizo contra la Unión Soviética). Quien defiende la democracia de fachada de Israel y Estados Unidos y de sus voceros (Onu, Otan, Unión Europea), defiende el capitalismo, aunque critique sus excesos. Otra nota llamativa de las tertulias sobre la crisis es la dormición del análisis desde el primer diagnóstico, sustituyendo los parámetros económicos por calificativos sacados del catecismo. Así, la crisis es culpa de la avaricia, codicia desmedida o ganancias excesivas de unos pocos sin escrúpulos, lo que conduce no a un cambio estructural o de modelo económico, sino a una reforma moral.
Marxista llamamos a un modo de ver el mundo que arranca de la crítica del capitalismo puro, del capitalismo en sí, del capitalismo intrínseco, no del capitalismo malo porque haya algún capitalismo bueno. Para ser marxista (muchos lo son y no lo saben) basta ver la doble alienación y fetichismo del trabajo como mercancía y del dinero como plusvalía. Lo decía mejor Machado: no ser un necio que confunde valor y precio. Todo trabajo, en tanto “explotación del hombre por el hombre”, es injusto. Trabajar o dar trabajo es como la propina, que envilece a quien la acepta y a quien la ofrece. Si hubiera trabajo justo, habría salarios justos y, si fueran justos los salarios, ¿cuál sería el beneficio? Beneficio: lo que va del valor de uso hasta el valor de cambio del trabajo como mercancía, eso que en el mercado capitalista, y con la vaina del salario y del trabajo justo, no se ve. Se ve en las películas de romanos y en el siervo de la gleba de los viejos libros de texto, donde unas lecciones más adelante nos estaba esperando el soberbio lema de libertad, igualdad, etc.
No contento con la alienación del trabajo, el capitalismo multiplica el fetichismo del que ya era poderoso caballero don dinero, y lo echa al ruedo a pelear con el trabajo. Primero, ambos mundos, trabajo y dinero, se pintan como inmutables, mundos que fatalmente tienen que ser y son, lo cual es tan injusto como mezclar a César con su esclavo o al cliente con la puta, y decir que la suma es igual a dos. Después, y para corregir el brutal fatalismo que nos divide por cuna y herencia, el sistema (que, como el del anuncio, no es tonto) nos propone algunos modelos o excepciones: el espabilado, el trabajador, el aplicado, el pelota o el trepa. Siempre hay quien estudiando llega, siempre a alguien le toca la lotería, siempre alguno sale del arroyo para que los demás crean que es posible “remando llegar a buen puerto”, como decía el Lazarillo. Tendríamos que coger la escopeta y tirarnos al monte. No lo hacemos porque la vida es breve y el pensamiento, débil. O vil: cuando alguien acanalla nuestra sobremesa con zancadillas de mira quién habla, con lo bien que vives, o qué haces tú por arreglar lo que criticas tanto. Si usted resiste el juego sucio y no cae en las trampas de la fe, si no mezcla su conciencia con la mala conciencia y no hace de su vida una cruz de las de tómame y sígueme (a una oenegé tipo Gandhi o Teresa de Calcuta), es probable que usted sea un desagradable marxista.
Y no se trata de haberse leído El Capital, de predicar marxismo ni plantearse la vigencia del marxismo. Tampoco hemos leído a Darwin ni está ‘vigente’ Darwin, y todos somos darwinistas. Ni a Galileo hemos leído, ni falta que nos hace para creernos el Sistema Solar y la humildad de la Tierra. Podrán no gustarnos Darwin, Freud o Marx y sus teorías, pero ¿es que hay otras? ¿Hay otra explicación del eslabón perdido y de lo que nos parecemos a los orangutanes?, ¿o de las neuras que habitan en nuestro fondo oscuro? ¿Hay alternativa al axioma marxista de que la riqueza, como la energía, ni aumenta ni disminuye, simplemente se reparte?