¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia?

Hablamos de un espacio capitalista en fase capitalismo financiero (con Bolsa y bancos nacionales bajo la tutela del dólar, con Fmi y G-7), todo eso que llamamos Occidente con Onu y Otan, con patentes como libertad, libertad de opinión pública y prensa, o comunidad internacional, todo lo que hoy está del lado Ucrania de la vida. ¿Rusia o China? No hay democracia, dice el demócrata.

Y hablamos de una época de 375 años por la historia inglesa; 230, por la parte francesa; 247, por Estados Unidos: ejecuciones de rey, 1649 y 1793, nacimiento de EUA, 1776.

Lo que nos dice la Historia con mayúsculas es que ni reyes ni caudillos fueron “por la gracia de Dios”. La humanidad había conocido la república y, a partir de ahí, la democracia sería una de sus formas junto a otras formas del Estado: república o democracia burguesa, popular, social, soviética, parlamentaria, presidencial, etc. La crítica se declaraba libre entre las opiniones libres. Ya España como «Reino de España» podía mover a risa y risa daban la «Constitución» como libro sagrado; la «Copa del Rey» o los «Premios Princesa de Asturias». Por no hablar de leyes como Ley Electoral o Ley D’Hondt, del Senado tapón, o del Tribunal Supremo y Constitucional, como vieron en Cataluña los días del referéndum de autodeterminación.

Todo eso unido al panorama internacional desde el que la democracia se contempla y nos contempla, con «Defensa» en vez de guerra, con «misiones de paz» contra crímenes contra la humanidad, con sus bases Usa, con Airbus o con Navantia, que izquierda y sindicatos salvarán por cuanto «crean puestos de trabajo»; todo eso arroja una porca miseria democrática sostenida con el voto de todo el arco de partidos que llaman ahora a votar.

Así que basta de exaltaciones democráticas. Ni en el libro de texto, donde cuatro sabanitas griegos juegan a dilucidar el futuro del mundo, ni en foros occidentales se mejora la democracia que tenemos, tanto peor cuanto más unánime. De hecho, toda votación democrática debería contemplar una papeleta autocrítica con el sistema, siendo la propia democracia la que saliera a las urnas para ser aceptada o no en primera línea de votación. A falta de esa papeleta, que recogería la abstención, es fácil decir:

«A mí me dan risa hoy y no mañana los intelectuales desnortados con argumentos que solo entiende el que lo escribe. Y, digas lo que tú digas, razones o lo argumentes como tú quieras, las urnas aportan vías de solución.» (Rozando el mal tono, en fin, airado.)

Y todo porque me había expresado por la abstención en términos que debieran ser creídos: Habrá un día en que la democracia se desdramatice igual que religión o monarquía. La forma en que dialoguen posdemócratas y demócratas será parecida a como hoy dialogan las catedrales contra el laicismo; aficionados al toro, contra el animalismo; o el libro de papel, contra la literatura en móviles o de bolsillo. La sarta de mentiras, hoy piadosas, mañana darán risa.

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