—breve ensayo sobre la vanidad—
Cuando entre la familia sonaba el socorrido «Dios te ve» o «Mira que Dios todo lo ve», mi padre, socarrón, respondía:
—Sí, hombre. Ahora Dios va a estar pendiente de ti, como si no tuviera nada más importante que hacer, que estar pendiente de mí.
En la conversación que hoy sostiene el mundo, el Ojo de Dios (o de la Providencia, ese ojo panóptico que todo lo ve) ha sido sustituido por el Ojo de Google.
Todas las conciencias (la democrática, la laica, la cristiana, la judía, la islámica o la budista) coinciden en la exaltación del yo, de modo que lo que más preocupa al pobre humano es que su intimidad o privacidad (eso que nos pide aceptar las cookies para entrar a una web) se vea dañada, pirateada, vista o expuesta o, simplemente, publicada.
Lo cual da que pensar.
Porque sería más fácil, y más económico en términos de información, liberar al yo, a todos los yo de este mundo (7.900 millones de humanos) de toda responsabilidad penal o legal individual en lo que en internet pudiera aparecer con nuestra cara o perfil.
(Si ahora mismo un foto shop o un corta y pega fenomenal me está haciendo protagonizar un robo al Banco de Londres o un crimen sexual abominable o un delicioso porno, ni yo ni mi familia ni mi entorno más inmediato tendríamos nada que temer. La policía judicial correría por cauces bien distintos.)
La personilla de cada persona, la individualidad de cada individuo, de quienes no somos nadie aunque lo queramos ser, esos miles de millones de insignificancias humanas dejarían de significar. Habríamos vuelto al anónimo óvulo o esperma que un día fuimos.
Total. La democracia, como cultura de medios y de masas, no produce más que medios y masas; no, personas como carácter o tipo. Cuando todos nos reconozcamos rebaño sujeto a copia. ¿A quién vamos a interesar?
Los nombres propios y las obras reconocidas seguirían siendo lo que son. No todos habríamos escrito el Quijote ni la Quinta de Mahler. Pero la egolatría habría desaparecido y estaría más cerca el final del Estado opresor tal y como ahora lo conocemos: no habría nada que defraudar. Pero, para eso, tendríamos que bajarnos de nuestra nube y reconocer que Google pasa completamente de mí y gente como yo.
Por eso, mientras, yo me hago un tatuaje como los demás.
Paradoja de un universo clónico del que se quiere sobresalir haciéndose uno clónico de sí mismo.
□ Enlace a Por qué tatuarse en la mediana edad