víctimas del copyright © ™

Ayer fue día triste. Muerte de un diccionario, ponía en portada [eLTeNDeDeRo]. A la tristeza por la muerte por asfixia legal del Dirae, víctima del copyright, vino a sumarse el escaso eco que respondió a la noticia. Se ve que la sociedad culta, aunque no aplaude el cierre, mejor calla, «por si otro día el © y el ™ me corresponden a mí».

—No, mire usted. Pirateo, ninguno. El Dirae de Gabriel Rodríguez Alberich, desarrollador de software libre, era la optimización de un programa que nos hacía mejores a todos, y no simplemente un atajo (o una chuleta, como pretendían El Confidencial y El País) para concursantes de Pasapalabra.

Para contrastar, vayan a Enclave.rae.es, de la que se dice Real Academia: verán que ni pagando (o gratis de prueba durante una semana) la Rae ofrece nada parecido al Dirae. También dijimos que al fondo del léxicocidio había materia de Cultura y de Consumo, ministerio más a la izquierda que se haya visto nunca en España.

Vías de reflexión, se nos abren varias. En lo personal, [eLTeNDeDeRo] de Daniel Lebrato ha sido siempre más de opinión que de información. La vez que una información de ET recibió megusta y retuit por todas partes fue en la campaña contra el cierre de La Carbonería (verano de 2016), con más de 10.000 visitas. El cierre del Dirae ha generado, entre redes y WordPress, apenas cien interactuaciones.

Respecto a la Academia de la lengua, ¿qué copyright puede tener una institución cuya misión consiste precisamente en ser copiada? Ni en papel ni en digital, el ©RAE no tiene sentido, la verdad. Algo de este darse a los demás debe saber la propia Academia cuando su Diccionario lo ofrece en html copiable, a diferencia del no tan generoso Diccionario Etimológico de Chile, que no se deja copiar y pegar.

En cuanto a la galaxia copyright, ya podría rendirse a la evidencia de que el futuro será digital, entre otras razones, porque no puede ser otra cosa, aunque el vigente gremio del libro y sus derivados -la autoría, la librería, la tienda, la crítica, los premios- estén haciendo lo imposible para que no se hable del asunto. Igualmente fuera de duda: la independencia y libertad del consumidor, para consumir contenidos (antes en papel y ahora en papel o en digital) al gusto.

Como es indudable que, tratándose de obras colectivas y de interés nacional, como enciclopedias y diccionarios, donde el cliente no puede elegir (dado que son obras que en edición de papel han desaparecido), un Estado bien ordenado debe poner esas obras al alcance de todos, pagando lo que haya que pagar a herederos y titulares del ©.

Ya es vergüenza que ni el María Moliner ni el Casares ni el Corominas puedan viajar con nosotros en nuestros dispositivos de bolsillo, para que ahora, encima, la Academia nos deje sin el Dirae. Maldición eterna a quien vive matando diccionarios.

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