fantasmas y espectros.

Lo bueno que tienen las religiones de libro (74.400 gugles) o del libro (150.000 g) es que sabes qué libro es. Te aplicas al libro y, ¡salvado! Si yo fuera Dios o su Profeta, que lo veo difícil a estas alturas, el libro sagrado sería el teórico para el carnet de conducir o la prueba de acceso a la selectividad al paraíso: unas creencias en programación y un avance de materia por unidades didácticas reconocibles (pentateuco, nuevo y viejo testamento, versículos). ¡Cuánto musulmán aprende hoy árabe (estándar que no se habla en ninguna parte) tan solo por el Corán! ¡Y la cristiandad que se ha salvado sin saber latín ni arameo! Todo demuestra que lo importante no es ni entenderlo: lo importante es el libro.

En cambio, las soluciones mistéricas (con sus liturgias del yo interior, de la personalidad integrada, de la res extensa o cogitans, del alma o del espíritu, psique también) exigen estudios y son como esas obras de teatro que invitan a subir a escena al espectador, que estaba tan tranquilo en su butaca:

—Que suba el director o el actor, que para eso les pagan -dirá el creyente.

[eLTeNDeDeRo] proyecta para ustedes un texto de Juan Manuel Borrero que ilustra la sutil línea divisoria que separa y distingue fantasmas y espectros, algo tan útil o más como discernir lo que va del mito al logos, del poli al mono teísmo, o del evangelio al catecismo.

Sirva de aperitivo la casilla 72 de Tinta de calamar (2014), donde Daniel Lebrato bromea con las sutilezas del dogma:

Decía Thomas Carlyle (1795-1881), historiador escocés, que por medio de números se podía demostrar cualquier cosa. Yo aprendí el uno y el tres, que son números de dios; el dos, el cuatro, el doce, que son números del universo y de los hombres. Y más me sale del tirón decir los doce apóstoles que los apóstoles; las tres virtudes, que las virtudes; los siete pecados, que los pecados capitales. La historia sagrada no hacía más que seguir la corriente. Los cerditos y las princesas siempre eran tres, y tres el número en los chistes del Esto que van dos, y, el tercero: el español o el lepero. Lo llamativo no eran los números simples determinantes, no eran los cuatro evangelistas o las tres marías. Son cuatro y son tres. Más nos desconcertaban los tres mosqueteros, cuatro al final, y de las mil y una noches, esa noche una. Ni me escandalizaba el seis de los días de la creación ni el siete. Un niño aprende enseguida que día se refiere a época, a periodo incluso muy largo. Y que palabra puede ser conversación, discurso. Lo que me llamaba la atención era el cuento de lo abstracto y más íntimo. Esos siete dolores, siete, de la virgen; esa virgen de la quinta angustia, quinta. De poco o nada servía que alguien nos echara la cuenta exacta de los números para llegar al número. Me sorprendía la exactitud, el afán del contador.


FANTASMAS Y ESPECTROS
Albur de espadas
Juan Manuel Borrero

El desprendimiento del alma del periespíritu (materia espíritu que queda al difunto tras su muerte) se verifica gradualmente, incluso antes de haber cesado la existencia terrena. En caso de muerte violenta, el espíritu queda aturdido sin acertar a entender y va y viene sorprendido porque no se le contesta cuando habla. Esta ilusión no es exclusiva de muertes violentas, sino también de espíritus cuya vida fue compendio de goces e intereses terrenales, siendo las propias tendencias y vicios que se tuvieron en vida las palancas que abren paso al castigo kármico. Por ejemplo, el hombre sensual conserva los mismos gustos y deseos, pero le atormenta la imposibilidad de satisfacerlos. Los avaros permanecen cerca de sus posesiones, presos de perpetua angustia y miedo a que los dilapiden o los roben. El criminal recrea una y otra vez sus actos, anonadado, confuso y fustigado por el terror de sus propias víctimas. Cada desencarnado lleva consigo su propio infierno hasta que, en una nueva encarnación de los irredentos, la ley universal los sitúa en el lugar adecuado, lo que les permite purgar anteriores males y desvíos: al orgulloso le coloca en un lugar de humillación; al que hizo mal uso de las riquezas, en lugares de miseria; al mal padre, a ser infeliz por mano de sus hijos, y así. Conseguida la redención, la aparición concluye, quedando su recuerdo en el terreno de la saga o la leyenda.

En los fantasmas, el espíritu tiene cierta capacidad de movimiento por los lugares donde ocurrieron los hechos, aun con perfiles difusos, mientras que el espectro permanece en un lugar de condensación máxima y perfiles muy acusados. Si los fantasmas pueden considerarse salutíferos o cuando menos inocuos, los espectros producen siempre un impacto negativo asociado a los más bajos instintos del testigo, lo que conlleva peligro de locura ante la contemplación de fenómenos que parecen vulnerar leyes naturales.

Y mientras los fantasmas permanecen no asequibles a los sentidos, excepto si son atraídos a una sesión, los espectros son obligados a condensar su periespíritu sin necesidad de médium.


Fuente: Allan Kardec (1804-69) El libro de los Espíritus (1857), a través de Albur de espadas, de Juan Manuel Borrero (novela, Editorial Onuba, 2020).

Foto portada: Tal vez la fotografía de fantasma más célebre de la historia. Se trataba del espíritu de Dorothy, la infeliz hermana de Robert Walpole, la primera persona que fue primer ministro de Reino Unido. Su marido supo de su aventura con un amante y la recluyó en sus aposentos. Hay varias versiones de su muerte, en marzo de 1729: de viruela, de sífilis, de inanición o de una caída por las escaleras. La imagen es sospechosa de fraude. (Editorial Siruela)

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