He vuelto a ver a Javier Montes de Oca (hoy de 30 años, en la foto el primero por la derecha). Fui su profesor en el bachillerato nocturno del instituto San Isidoro de Sevilla, mi último destino docente antes de autoproclamarme emérito y rentista, igual que el Rey.
Recuerdo que al empezar el curso y pasar yo la primera lista, allá en septiembre, mi presentación era más o menos la misma:
–¡Algo habréis hecho para estar aquí! ¡Yo, también, naturalmente!
*[Mi alumnado: pasarse de edad y tener que cursar por adultos; y el profe: impartir en horas de tarde que nadie quería.] Éramos indios en la reserva al margen de la excelencia que lo impregnaba todo.
Ahora que el San Isidoro cumple 175 años de edad y recibe con orgullo la medalla de oro de la ciudad, me pregunto si alumnos como Javier Montes de Oca (hoy, ejemplar en su oficio de aparejador o delineante) figuran en nómina de quienes hicieron grande ese instituto: estudiantes que, con voluntad y esfuerzo, sacaron adelante su bachillerato y remando, remando, como Lázaro de Tormes, salieron a buen puerto. No espero, en cambio, mención a Daniel Lebrato (antiguo alumno y profesor, entre otras agitaciones culturales), siquiera por el porculo que dio a la Directiva, entre tanta excelencia, el puñetero.
Cuando Javier y yo nos despedíamos íbamos hablando, él, del lado oscuro del sector de la construcción en Sevilla y, yo, de lo manido de la enseñanza pública en toda España, habiendo en otras patrias enseñanza única.
Otro día hablamos de cómo Izquierda Unida Podemos anda planteando dejar morir Muface, mutualidad y régimen de funcionarios civiles que tanto privilegio esconde. Sin ir más lejos, profesores que nos hemos jubilado cinco años antes que los demás currantes o poder elegir prestaciones de sanidad privada. Nunca lo público, lo privado y lo concertado hicieron tanto daño a la lectura simple de la vida.
Y, ojo, porque sin ser uno partidario de Macron Primero de Francia, las huelgas a la francesa tenidas por la presunta izquierda española como ejemplo de sindicalismo de resistencia, esconden privilegios laborales y de pensiones semejantes a los que aquí representa Muface. Una democracia que mima a su funcionariado vitalicio no es democracia, sino comprada a base de votos agradecidos al Gobierno de turno. Desde Larra, el caciquismo o sea.
El funcionariado, a la educación, la ha herido fatalmente. Se acabó la vocación y la pasión de la docendia para dar paso a «profesorado» carente de recursos. Desde las trincheras, los que nos negamos a formar parte de esta cadena y hacemos oposición desde las horas vespertinas, bebemos la inspiración de aquellos pocos locos que en su día, pese a ser funcionarios y formar parte de un rancio y anticuado claustro, se atrevieron a desafiar lo establecido y darnos algo con lo que afrontar la manida sobriedad que nos rodeaba.
Y son profesores como usted, Daniel Lebrato, que conseguían mantener alumnos sentados en clase pese a tener la asignatura superada, los que nos siguen dando esa esperanza a los que venimos detrás, los que nos sirven de referente. Pese a no ejercer la docencia de forma activa desde hace algunos años, lo que usted plantó en nuestras cabezas será un activo mientras vivamos.
Me queda un largo camino que recorrer en este ámbito, y puede que en él, acabe perdiendo un poco de la fuerza que ahora tengo, pero si consigo llegar a la edad que usted llegó en esta profesión con solo una décima parte de la genialidad que usted tuvo en ese último curso de bachillerato habrá merecido la pena luchar y pertenecer a este sistema.
Espero que mi camino se cruce con el suyo en algún momento, un gran abrazo.
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