«Utilizar el comercio de proximidad o de barrio implica mantener vivas las calles», declara un profesor (se supone especializado) en no importa qué medio. El comercio de proximidad o de barrio tiene una cara que se la pisa. El comercio de proximidad o de barrio, siempre en manos de autónomos o pequeños propietarios, que no quieren perder lo suyo, sino transmitirlo en familia, ni ha explorado el cooperativismo o concentración por ramos, ni escapa a leyes de mercado y oferta y demanda que nadie quiere cambiar en el mejor de los mundos. ¡Viva el capitalismo!, pues. Y la gente, que no es tonta, seguirá comprando donde más barato y más competitivo. Si las calles pierden vitalidad comercial, serán las ciudades las que les den vida donde antes había pequeños comercios. No pasa nada. José Saramago nos emocionó con su fábula del alfarero frente a Porcelanosa. Inútil combate. El alfarero arrastraba un atraso de siglos. Y el gallego con su vaquita. Y el vendedor de periódicos. Y el objetor de ‘los chinos’. Y el profesor con su artículo.