TACOS, INSULTOS, PIROPOS, EUFEMISMOS Y MALSONANCIAS
Toma uno. Dos vecinas, en la cola del supermercado. Una dice a la que va con ánimo de colarse: ‑¡Oye, guapa1, que me toca a mí!
Toma dos. Hombre o mujer se encuentra a la amiga que ha sido madre y lleva a la niña en el carrito: ‑¡Qué guapa2!
Toma tres. Hombre o mujer joven, en ventanilla de reclamaciones que atiende una señorita muy educada: ‑¡Lo siento, corazón1, pero le ha sido denegado!
Toma cuatro. Una pareja discutiendo. Ella reprocha a él que no hace nada en casa: ‑¡Cari1, es que estás todo el día tocándote los huevos!
Toma cinco. Madre de colegio de barrio, a la tutora de uno de sus hijos: ‑Está toda la tarde, se lo aseguro, estudiando y no le cunde. En cambio, el otro no me estudia nada, y me saca en todo sobresaliente, el hijoputa3.
Toma seis. ‑La tortilla está de putamadre3.
Toma siete. ‑¿Te frío un huevo? ‑¿Por qué no te fríes tú los dos4?
Toma ocho. De turismo por Hispanoamérica. ‑¿Coger4 un taxi, dice? ¿No querrá coger [con] una mami4 buena?
Podíamos seguir haciendo tomas. De tres mujeres, una pregunta al camarero dónde está el lavabo, otra, por el servicio y, la tercera, por el cuarto de baño, aunque las tres se están meando igual. De tres varones, uno echa un polvo (como que se le cae), otro hace el amor (como más romántico) y el otro folla. En todos los casos, cada hablante es un lenguaje y su lenguaje da una información añadida que indica sexo, edad, sexualidad, patria, educación, nivel social e ideología. Vayamos donde vayamos, no dejamos de ser el pez de por la boca muere el pez. Y como siempre va a haber alguien que malicie nuestras palabras, alguien obsesionado en sacar rimas supuestamente graciosas a lo que acaba en ‑oya o en ‑inco (¡te la hinco!), lo mejor que hacemos es pactar con nuestro idioma, elegir y fijar de entre las varias maneras de decir algo aquella que nos parezca más adecuada y ser coherentes luego: hable yo elocuente y entiéndame la gente. Conseguido ese pacto con mi lenguaje, ya puedo empezar a ser padre o madre que educa a los pequeños de la familia cómo hay que hablar. Escuelas de madrespadres hay dos. La escuela vertical, clásica, que mantiene la jerarquía de generaciones y educa en las diferencias de edad, mayores chicos; y la escuela horizontal, de los padres y los hijos somos iguales. En las familias horizontales no es que los pequeños se hagan mayores, es que los mayores han decidido aniñarse, lo cual puede parecer, visto desde fuera, un poco ridículo. Por último, las palabras supuestamente malsonantes serían como el tabaco, que el mayor fuma y el chico no, o como el coche, que el mayor conduce y el chico no: cuando seas padre, comerás huevos, o sea, hablarás como te dé la gana; mientras tanto, hablarás como yo te diga que debes hablar. En cuanto a oír, que oigan de todo, que no se escandalicen de nada y que no malicien su lenguaje, que será historia de nunca acabar. Y que se pongan en el lugar del receptor. Ni insultos ni piropos, neutralidad y respeto siempre por la otra persona y solo usar los calificativos y motes que el interesado o interesada se tenga dados y consentidos. En comunicación, el lema es todo el poder al receptor y, en literatura, ven con algo que me guste, no quieras mudar ni innovar, ir despacio es la costumbre (jarcha mozárabe).
Notas:
1. Palabra afectiva usada fuera de contexto.
2. Palabra que refleja una ideología (las mujeres han de ser bellas).
3. Insulto o malsonancia que hay que tomar como un elogio.
4. Palabra contaminada por la malicia del receptor o de su entorno.