Como ustedes saben, la locución (circunstancial de modo) sin ánimo de lucro es como un conjuro anticapitalista. Señor, señora: lo mío es ‘sin ánimo de lucro’, dice el vendedor de save the children, aunque todos sepan que las ONGs son empresas subsidiarias al Estado: Cáritas, de acción social; Cruz Roja, de sanidad pública; Acnur o Unicef de la misma Onu que a la infancia destroza en origen (con sus ‘misiones de paz’, supongamos Siria), para después venirnos con el cuento de la infancia que sufre y la acogida a refugiados. Hay que haber ido muy poco al cine para no haber visto esa película.
En respuesta a un TeNDeDeRo que apostaba por un futuro de poesía sin poetas con ánimo de lucro, responde un amigo: «no creo que haya ningún poeta con ánimo de lucro. Con ansias de gloria, sí, eso sí; o, en última instancia, que me publiquen y que me lean uno o dos, por favor». Lo cual, ya me dirán si “que me publiquen” no implica ánimo de lucro, habiendo una internet gratis (esta misma, que nos une) y por la que te pueden leer al menos dos, y sin ‘por favor’. Se llama www o http, y una terminal es la pantallita que usted lleva en su bolsillo. Suficiente para leer. Pero lo que usted quiere, pillín, es que yo pase por caja o librería sin ánimo de lucro, o sea, si ver lo que me cuesta.
Como ustedes saben, ánimo es voluntad o designio de algo o para algo, y existe el ánimo aunque no se cumpla. Y lucro significa beneficio o provecho, pago en especie también, empezando por el tiempo libre que el gremio arte y cultura reclama para sí en un mundo feo donde la mayoría se embrutece con el trabajo y con la ideología periférica al trabajo. Si eso no es ánimo de lucro, que venga Marx y lo vea, Carlos o Groucho.
Otro día hablábamos del extremo a que ha llegado un autor de estos de papel, sin ánimo de lucro: Penúltimos percances, de lectura imprescindible. Y, otro día, del libro como ‘tonto el que lo lea’, pues si usted no lo compra o no accede a muestra gratuita, ¿cómo sabe si el libro le va a gustar? Tonto el que lo lea, porque ahora, que ya lo compró, qué hace usted con el dichoso libro que no le gusta; única mercancía, el libro, que burla la regla de oro del consumo: si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero.
Por aquí, que te vi.
Queden ustedes con la Canción del que escribía (entrando por Adelfos, Manuel Machado), de uno que fue Gutenberg antes que enlace (a Ediciones eLSoBReHiLaDo):
CANCIÓN DEL QUE ESCRIBÍA. Un vago afán de derechos de autor tuve. Ya lo he perdido. Me ha costado mis siete de imprenta, gracias -he de decir- a mis amigos donde tanto funciona el amiguismo. Podéis buscarme en la Nube, soy ese libro de bolsillo expuesto a los megusta o me disgusta de gente sin escrúpulos: ya es un éxito si alguien me apunta a favoritos o a icono en mi perfil en su pantalla de inicio. Cambié mi ce de copyright con isbn por ué ué ués y hache tetepés. Como un Juan Ruiz, Daniel Lebrato ande de mano en mano a quinquier lo pidiere. También, por defenderme, cuando yo ya no esté.
[Ediciones eLSoBReHiLaDo]