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el destino.

«Ahora sé que el destino es la suma de todas las decisiones que tomamos en nuestra vida.» María Dueñas, El tiempo entre costuras, glosada por Andrea Turchi en A partir de una frase.

Vamos a ver. Si hay destino es porque alguien cree en una vida previamente escrita, antes de ser vivida, ese es el sentido que recoge la definición de la Academia: hado, fuerza desconocida, encadenamiento de sucesos necesarios y fatales. El Diccionario añade otras acepciones. En unas manda el azar (circunstancia de serle favorable o adverso a alguien o a algo el destino), en otras la finalidad (consignación, señalamiento o aplicación de una cosa o de un lugar para determinado fin), en otras el desempeño laboral (empleo, ocupación, lugar o establecimiento en que alguien ejerce su empleo) y en otras el acabamiento de algo (meta, punto de llegada). O sea, que el destino destino (sinónimos hado, sino, fatalidad, providencia, predestinación; todo lo contrario al azar, la suerte o la casualidad) es el que alguien desvela (es el factor adivino) y que se cumple o no se cumple. Y la tragedia consiste en que el personaje luche contra él y que esa lucha resulte inútil: es el inútil combate de Alexis o el tratado del inútil combate, de Marguerite Yourcenar.

Decir que el destino es la suma de todas las decisiones que tomamos en nuestra vida es confundir destino y biografía, carrera o currículo, y bien está: no hay destino. No hay que olvidar que el destino era privilegio de aristocracias bien nacidas y para un alto fin determinado mientras la plebe no tenía más que buscarse la vida. Es el antihéroe del Lazarillo y de quienes, como él, remando salieron a buen puerto. Y no hay que olvidar que el Destino es como Dios: se cree o no se cree.

En mi casa, la clase media que me trajo al mundo no tenía para mí más destino que estudiar o trabajar, ese era el dilema que nuestro padre nos planteaba continuamente. Dejo a ustedes con dos pinceladas más o menos poéticas alrededor del destino:

AMOR POR DESTINO

El cielo aún hasta hoy no ha querido
que yo ame por destino…

En el principio fue el destino. Fueron
herencia y descendencia o patrimonio.
Y amores de diván: Edipo, Electra.
Vinieron enseguida los amores
platónicos, humanos o divinos,
siervos de amor o del amor cortés,
hasta el morir de amor del héroe o santo.
El sexo era el cantar de los cantares.
Vinieron las novelas, vino el sí
de las niñas, de la tragedia al drama
y del destino al sino, aquel don Álvaro.
Luego vendrán las bromas, don Friolera.
La vida era otra cosa. Eso lo supo
el buen amor, que siempre fue a lo suyo.

AMOR POR ELECCIÓN

...y el pensar que tengo de amar por elección es excusado.
Marcela la pastora (Quijote, 14)

El destino es un club, se pertenece,
y hay muchos corazones, corazón,
a navaja en la historia de los parques.
Romántica, oficialmente nacidos
el uno para el otro, hasta ese orden
caprichoso, la lista de la clase
o de la compra que nos trajo aquí:
tú por aquí, mi amor tuvo que ser.
Con suerte, ves que vuelven las oscuras
golondrinas. San Blas, San Valentín
o Amores punto com, dan con mass medias
naranjas. Hagan juego o naranjada,
manda el crupier y gana el subconsciente.
La audiencia indulta a Edipo el inocente.
 


Daniel Lebrato, Historias de la literatura


AGOSTO para leer.

agosto

Dado que ninguna editorial se interesa por lo que uno escribe, tengo que ser yo ‑como Lázaro de Tormes o como Juan Palomo‑ quien haga de editor, narrador, protagonista, autor y publicista. Para cuya vanidad, me dije: si uno recomienda los estrenos de sus amigos (los dos más recientes: Salvador Compán y José María Conget), ¿por qué no publicar tus propias novedades? Pues novedad es autoantologarse,[1] ir quitando de cada libro lo que menos pesa y lo que hacía los libros más pesados.

Ligerito, pues, de algún verso de más y de alguna torpeza suelta, os doy Agosto, el diario más o menos poético de un zángano en vacaciones, escrito entre Fuenteheridos‑Sierra y Sanlúcar‑Mar, Sevilla al fondo, cerrando el Triángulo Montpensier de la Buena Vida que me procuro siempre en vacaciones. Noli me tánguere, que me tango yo solo. Que ustedes lo pasen bien y a Dios.

[1] Advierto que el DLE no reconoce antologar, sino antologizar. antología viene del griego ánthos, que significa flor y lego, yo cojo, yo recojo. Por tanto, no hay ninguna razón contra el verbo antologar, regresivo de antologizar, de la cual palabra podríamos decir lo que se dice de ofertar, que es una derivación del sustantivo oferta que usurpa la casilla del verbo ofrecer, que antes estaba. La duplicación antologizar es similar a la que se da en amplificar, que no es mejor que ampliar, o que gasificar, horrible verbo tan horrible como gasear. Antologuemos, pues, y que antologice la Academia lo que ella quiera.


hace falta estar ciego para no ver la Once.

Por odio a la ludopatía, rechazo la Once. Y por amor a la integración; no, a la segregación. (Segregación que se produce entre trabajos específicos para ciegos y, para otros, que ven bien; y eso, suponiendo que ‘vendedor de la Once’ sea un trabajo.) De hecho, en la oferta pública de empleo, hay un porciento reservado a personas con discapacidad: ese es el camino, no el cupón.

Otra cosa es el altruismo social que desde la Once o la Fundación Once se está haciendo y se puede hacer. Pero que eso dependa del numerito que salió premiado nos parece un atraso comparable al de la lotería, la quiniela, la primitiva o la madre que las parió. La España de la suerte, y no la del merecimiento. ¿Qué mérito tiene que nos toque el cupón?

La Once desarrolla una gran obra social, dice el eslogan y, sin duda, es verdad. Pero la percepción sigue siendo la del ciego del Lazarillo, la cieguita del tango o la misericordia de Galdós: yo te doy lástima y tú me compras el cupón. Y como la lástima es mayor por Navidad, se inventaron el cuponazo. Hace falta estar ciego para no ver la Once. Si quiera, que la cambien por Invidentes sin Fronteras.