España es un Estado fallido.[1] Los fallidos Reyes Católicos nos dejaron dos herencias envenenadas (es decir “metidas en vena”): una, la obra de América, de base feudal y romana (que había otras bases, lo demostró el imperio inglés); y otra fue la política matrimonial, que dejó el monta tanto de Isabel y Fernando al arbitrio de potencias extranjeras. No es lo mío volver a Don Pelayo ni al Cid, pero a partir de los Reyes Católicos (con su Gran Capitán y su Cardenal Cisneros; con su erasmismo y su Nebrija; con su Garcilaso y Celestina; con su Biblia del Oso; con su Sánchez Albornoz y su Américo Castro; con sus Menéndez Pelayo y Pidal; con sus Guerras Carlistas y con su Ruedo Ibérico), España no ha hecho más que un ridículo histórico. Y quienes rieron del peluche Aznar (Ánsar) cuando la Guerra del Golfo, podrían reírse a carcajada batiente de idéntico o parecido papelón de España desde el Tratado de Utrecht hasta las últimas consecuencias de la UE y de la Otan.
Cuando se polemiza por/contra Franco y su legado, por/contra el rey campechano, por/contra la bandera, por/contra el castellano, tiene que darnos la risa tonta. No hay nada bajo el concepto España, ni romano de Itálica ni moro de Al-Ándalus ni judío de Sefarad ni Polisario del Sahara, que a uno pueda moverle un poco. Lo vehicular en España es la estulticia de ser potencia de segunda y consentir que otras potencias marquen a España su baile en este baile de náuseas consentidas a este lado de la prensa, de la opinión, de la política y de las formas de vida.
De muestra, sirva el manifiesto Escritores con nuestra lengua, que encabeza Mario Vargas Llosa y que han firmado hasta el viernes 11 a las 16 horas casi ochenta escritores contra la nueva Ley de Educación, o Ley Celaá, aprobada -dice el manifiesto- “a instancias del independentismo”. No se dan cuenta que, de todos los ismos, el más fallido es el ismo español.
[1] Estado fallido, en derecho internacional, frente a Estado en plenitud logrado o de derecho.