
MUNDO BIEN HECHO
Ojalá las doce
fuesen las mismas
en todos los relojes.
Pedir que cada quien haga bien su trabajo, el político, la política; el periodista, informar y comunicar; la profesora, transmitir; el ganadero, su ganado y la médica, curar y atender a sus pacientes, equivale, si se piensa, a que el jornalero, el hurga contendores, el negrito de la venta ambulante, el ciego condenado al cupón, el carga bombonas, quien emigra o quien no tiene donde caerse muerto, acepten sin más la parte del mapa donde la división social del trabajo los ha puesto y dibujado. Es de buena gente pedir que el mundo funcione, pero resulta ingenuo. El siglo 20 no hizo más que darle vueltas (a favor o en contra) a la revolución. De momento gana la contra, pero la gente que sufre sigue ahí. ¿Quiénes somos nosotros, que vivimos bien, para pedirles que se conformen con el actual reparto? Dicho lo cual, politización entendida como clase política, sí que hay en exceso. Lo que no hay es concienciación y a la conciencia ¿cómo se llega si no es mediante la acción política? Pueden leerlo en el breve Hijos del bienestar. Dejo a ustedes con un buen poema de un poeta dignamente conservador, Jorge Guillén (1893‑1984):
LAS DOCE EN EL RELOJ
Dije: Todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
Sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
El amor era sol.
Entonces, mediodía,
Un pájaro sumió
Su cantar en el viento
Con tal adoración
Que se sintió cantada
Bajo el viento la flor
Crecida entre las mieses,
Más altas. Era yo,
Centro en aquel instante
De tanto alrededor,
Quien lo veía todo
Completo para un dios.
Dije: Todo, completo.
¡Las doce en el reloj!
