Etiqueta: Salvador Compán

AGOSTO para leer.

agosto

Dado que ninguna editorial se interesa por lo que uno escribe, tengo que ser yo ‑como Lázaro de Tormes o como Juan Palomo‑ quien haga de editor, narrador, protagonista, autor y publicista. Para cuya vanidad, me dije: si uno recomienda los estrenos de sus amigos (los dos más recientes: Salvador Compán y José María Conget), ¿por qué no publicar tus propias novedades? Pues novedad es autoantologarse,[1] ir quitando de cada libro lo que menos pesa y lo que hacía los libros más pesados.

Ligerito, pues, de algún verso de más y de alguna torpeza suelta, os doy Agosto, el diario más o menos poético de un zángano en vacaciones, escrito entre Fuenteheridos‑Sierra y Sanlúcar‑Mar, Sevilla al fondo, cerrando el Triángulo Montpensier de la Buena Vida que me procuro siempre en vacaciones. Noli me tánguere, que me tango yo solo. Que ustedes lo pasen bien y a Dios.

[1] Advierto que el DLE no reconoce antologar, sino antologizar. antología viene del griego ánthos, que significa flor y lego, yo cojo, yo recojo. Por tanto, no hay ninguna razón contra el verbo antologar, regresivo de antologizar, de la cual palabra podríamos decir lo que se dice de ofertar, que es una derivación del sustantivo oferta que usurpa la casilla del verbo ofrecer, que antes estaba. La duplicación antologizar es similar a la que se da en amplificar, que no es mejor que ampliar, o que gasificar, horrible verbo tan horrible como gasear. Antologuemos, pues, y que antologice la Academia lo que ella quiera.


la literatura no salva.

La manipulación de la Historia con fines partidistas no es rara ni nueva, y al juego se prestan la historiografía oficial y los libros de texto, pero también los medios, las artes y la literatura. Lo vimos cuando estudiábamos el 98, aquel Cid y aquel don Quijote que cada uno interpretó a su imagen y semejanza de una idea de España. La reescritura tiene sus propios géneros específicos y, así, el recurrente cine del Oeste o de esclavos negros de los Estados Unidos: algo sigue pendiente en la conciencia estadounidense ‑en la sociedad de ahora mismo‑ que al cineasta mueve, esparce y desordena. Lo mismo podría decirse de nuestra literatura ambientada en la posguerra, posguerra que no termina nunca de acabar. Viene esto a cuento de El hoy es malo, pero el mañana es mío, última novela de Salvador Compán. La virtud del autor, su honradez intelectual, consiste en no manipular con ojos del presente un pasado que ya quisiéramos modificar; manipulación que otros novelistas se permiten hacer, y vamos a no dar nombres en este país donde series como Cuéntame cómo pasó o El ministerio del tiempo van directamente a la percepción que el pueblo español tiene de un frustrante pasado. Los personajes y los años 40‑60 son los que fueron. Enhorabuena a Salvador Compán. Cambiada España ‑ese cargo de conciencia ‑, cambiará su novelística.

–Enlace a  Lo que queda de Franco.


justicia poética | literatura y compromiso.

En las primarias del Psoe, llama la atención esa Susana Díaz que primero augura aventajar a Pedro Sánchez por 20.000 credenciales, luego se queda en 6.000 y por último declara ‑tan fresca‑ que ganar es ganar, lo que anticipa que, si se lleva la Secretaría por un solo voto, ahí estará ella. En fútbol, como vencer en el último minuto y de penalti injusto o por gol en propia puerta del adversario. Es la moral ganadora. La que no tiene moral. La política, o sea.

El arte y la literatura nos enseñan la otra cara de la derrota. Justicia poética. Así llamamos al tópico consolación según el cual la bondad y la virtud son finalmente premiadas y la maldad, castigada. Nuestra simpatía con el héroe vencido o el antihéroe debe venir de algún rechazo personal hacia la competición o carrera donde ganar y perder se baten el cobre. Desde el paraíso ‑cuando ignoraban las palabras tuyo y mío y eran todas las cosas comunes‑, el verbo tener se ha impuesto al verbo ser. Ulises era un marine y la de Troya, una invasión en tierra hostil. Son los ojos con que leemos ‑ojos asimismo lejos del paraíso‑ los que nos hacen decir qué bella la Ilíada, qué hermosa la Odisea. Nos hemos envilecido a la par. Por compensación (arte moral donde es experto el cristianismo), guardamos un rincón para que el último sea el primero; la fea, la más guapa y el chico, el más listo y más valiente. Esta ‘justicia’ es proyección de nuestra propia derrota o de nuestra ansiada victoria. La cultura actúa como el millonario que ‑en la edad forrada‑ dota una fundación para ayudar a los pobres. Honor, de todas formas, a quienes en su vida defienden y custodian sus Termópilas. La cita es de Kavafis y la entrevista, a Salvador Compán, a propósito del halo del perdedor.


cantar y contar (con Salvador Compán).

El-hoy-es-malo-pero-el-mañana-es-mío

(Artículo de Alejandro Luque, pinchando aquí.)

(Salvador Compán entrevistado por Jesús Vigorra en Canal Sur, pinchando aquí.)


cantar y contar. Por alguna razón ‑bastante obvia‑, la poesía es género de adolescencia y juventud, y la prosa se alcanza con los años. Es lo que vimos en Antonio Machado. El mito está en morir joven quien los dioses aman dejando una obra única. O la chulería de Arthur Rimbaud, quien abandonó la literatura a los 19 años. Entre mis amigos, el camino verso prosa, de poetas novelistas, lo han andado Juan Cobos Wilkins (1957), J.J. Díaz Trillo (1958) o Manuel Moya (1960). A su lado tengo quien no se movió de la prosa, novelistas o cuentistas, como José María Conget (1948), Salvador Compán (1949), Juan Villa (1954) o Hipólito G. Navarro (1961). Mi conclusión provisional es: aunque el poeta se vista de novelista o dramaturgo, poeta se queda, lo cual no es ni un mérito ni un demérito, sino una marca de agua. Y entiendo cuando se habla de narradores de raza. Véanlo, si no, en la última novela de Salvador Compán, El hoy es malo, pero el mañana es mío, que vivamente les recomiendo. Con novelas así, diga usted ahora que la novela está muerta.

Salvador Compán

(Artículo de Alejandro Luque, pinchando aquí.)

(Entrevistado por Jesús Vigorra en Canal Sur, pinchando aquí.)

buenismo.

Martirio

malismo

Sostiene Salvador Compán que En los momentos críticos, surge el malismo: la militancia en lo tajante, en lo enterizo, en las incompatibilidades. Reconoceréis a los malistas porque se pitorrean de los buenistas (los adscritos a la duda, a los matices, a las compatibilidades) y porque les gusta mucho decir que un pesimista es un optimista bien informado. Pero podríamos redefinir todo esto: Un pesimista solo llama verdadera información a la que se deja el sol en la gatera, se siente macho pisando la esperanza y tiende tanto a la desconfianza que es profundamente religioso. En definitiva, un pesimista es un malista tan mal informado que cree que la palabra consenso es una errata (o una corrupción lingüística) de Inserso. Salvador Compán, 13 de diciembre de 2015.

Leído lo cual y leído lo que antes se encuentra escrito sobre el malismo (Concha Caballero, Ideología del malismo, El País, 06 11 2010 y Rosa Montero, El malismo, El País, 20 01 2015), llega uno a la conclusión de que el malismo no cuajará porque falta unanimidad previa para definir su contrario, el buenismo, de cuyas definiciones, la más ecuánime es la de la Wiki: Buenismo es un término acuñado en los últimos años, y aún no recogido en el Drae, para designar determinados esquemas de pensamiento y actuación social y política (como el multiculturalismo y la corrección política) que, de forma bienintencionada pero ingenua, y basados en un mero sentimentalismo carente de autocrítica hacia los resultados reales, pretendan ayudar a individuos y colectivos desfavorecidos o marginados.

Leído lo cual, también añade uno a la Wiki que el buenismo es una pataleta lingüística surgida a raíz de la sustitución de la bondad cristiana (básicamente definida por la práctica de la limosna, de la caridad y de las misiones) por las nuevas formas de bondad en las que el cristianismo se esconde y se solapa para seguir siendo, solo que, ahora, en forma de oenegé, de misiones humanitarias, de intervenciones militares calificadas como misiones de paz, etcétera, etcétera. En el terreno personal, la ideología buenista incluye y sublima a Gandhi, a Luther King o a Mandela, la psicología de la autoayuda y del autoconocimiento, yoga o meditación, literaturas a lo Jorge Bucay. Todo es explicar o arreglar el mundo por la vía personal, personalismo que se practica en tres fases: individual (se trata de que la persona logre un grado de satisfacción y de equilibrio), colectiva (se trata de que mi entorno se adhiera a las mismas prácticas y puntos de vista) y social (se prescinde de ideologías y partidos políticos de cambio y de revolución). Eso es el buenismo. No creo, Salvador, que buenistas sean los adscritos a la duda, a los matices, a las compatibilidades. Dudas y matices tengo yo pero no dudo de que el buenismo es la cara anti revolucionaria de lo que en el siglo 20 había: partidos socialistas que lo eran, partidos comunistas que alargaban la utopía más allá, frentes de liberación, de unidad popular, huelgas generales, huelgas generales revolucionarias, marxismo, feminismo, toda esa armazón en la que la Iglesia no estuvo nunca sino como excepción (teología de la liberación, cristianos por el socialismo) y en la que los neo cristianos del siglo 21 bailan y se dan la mano con neo laicos, demócratas y liberales. Entendido así el buenismo, no creo que el neologismo malismo (de raíz maniquea) aporte nada: rojos, se nos ha dicho siempre, comunistas, marxistas, revolucionarios o subversivos, con sus derivaciones violentas: antisistema, terroristas. Ante la historia, la cuestión es la misma: ¿reforma o revolución? Y ahí, querido amigo, seguimos. Militando en lo tajante, en lo enterizo, en las incompatibilidades.

Y hablando de malos, Estoy mala, de Martirio, y de colon a columna, de un enfermo de cáncer.