
LENGUA Y DIALECTO
Sin contar la palabra lenguaje, por donde empieza todo (y que lo mismo abarca lo más grande, y no lingüístico, el lenguaje como capacidad humana, el lenguaje de las flores, el lenguaje informático; que Niño, qué lenguaje es ése.), la lingüística distingue entre lengua y habla. La lengua es el sistema y el [acto de] habla, su realización concreta. Entre la lengua y el habla queda el estilo (o idiolecto), conjunto de hábitos de habla, por épocas, por géneros, por grupos humanos o individuos concretos, concepto que preferentemente se aplica en literatura, estilo culterano, estilo del soneto clásico, estilo del 98 o de Valle‑Inclán, aunque, en rigor, todos los hablantes tenemos un estilo, lo que no quiere decir que seamos únicos. En ese reparto, la palabra idioma tiende a ocupar la casilla de lengua extranjera en relación con la nativa, academia de idiomas, sabe muchos idiomas. Idioma, como idiota, idiosincrasia, viene del griego ίδιω o ίδιο, que significa propio, de uno mismo. El idioma se aprende en el entorno, y por eso se llama lengua materna, nativa o vernácula. En griego antiguo, idioma significaba propiedad privada, y, de ahí, pasó al latín y al romance, con el sentido de lengua de un pueblo o nación o modo particular de hablar de algunos o en algunas ocasiones, en idioma de la corte, en idioma de palacio. O sea que los griegos entendían que la propiedad de las propiedades, lo que por encima de todo posee el idio, el yo del humano, es la palabra. Sirva para recordar a otro grande de la poesía de la conciencia (ayer fue Gabriel Celaya, también cantado por Paco Ibáñez), Blas de Otero, el de Pido la paz y la palabra (1955), hace sesenta años. «Si he perdido la vida, el tiempo, todo / lo que tiré, como un anillo, al agua, / si he perdido la voz en la maleza, / me queda la palabra. / Si he sufrido la sed, el hambre, todo / lo que era mío y resultó ser nada, / si he segado las sombras en silencio, / me queda la palabra. / Si abrí los labios para ver el rostro / puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra.» Tenemos palabra, lenguaje, lengua, habla, idioma; lo que nadie quiere tener es dialecto, de connotaciones negativas. Dialecto es una variedad o variante geográfica, regional o local de una lengua, es decir, no hay lengua que no sea dialecto y, si la geografía no bastara, viene la historia y nos recuerda que toda lengua es dialecto de la anterior. El catalán es un dialecto, sí, pero del latín. Sin duda la confusión, el eclipse, del concepto tiene que ver en España con la elevación a lengua del dialecto castellano de Zamora o de Valladolid. Aquellos tiempos académicamente tan oscuros hicieron mella y, todavía, hablantes de la península creen que siguen hablando castellano, no español, nombre aceptado por toda América española. Y se da la paradoja de que españoles muy españoles se empeñan en el castellano, con la indeclarada intención de dar por saco a las lenguas de la periferia, que, en el fondo, detestan. Más pruebas del rechazo a dialecto. Una, lo que cuesta a un alumno andaluz aprender que el gallego o el catalán son lenguas. Otra, la comunidad autónoma de Valencia, que registra en sus estatutos la lengua valenciana, siendo el valenciano, como es, dialecto del catalán. A la inversa, cuesta explicar que no existe lengua portuguesa, por más que la Constitución de Portugal la inscriba con ese nombre; el portugués es dialecto del gallego y, por esa regla de tres, en Estado Unidos se hablaría estadounidense. Cuando al final de los 70 Andalucía vivió su afirmación identitaria (Partido Andalucista, 28‑F de 1980), el ministro Clavero Arévalo normalizó el ceceo y el tándem González Guerra normalizó el seseo, y la cuestión del andaluz entre lengua o dialecto tenía que saltar. El intento por dotar a la autonomía andaluza de una lengua, con sus normas y su academia, resulto inútil, pero nos dejó un término que zanjaba la cuestión, modalidad (modalidad andaluza, modalidad lingüística andaluza, siglas MLA), junto a la modalidad del español de Canarias o las modalidades del español de América. Y, desde entonces, en Andalucía hablamos el andaluz (modalidad, lengua o dialecto, qué más nos da). Viene esto a cuento de mi amigo López, en sus apostillas a El nacionalismo y las lenguas (eLTeNDeDeRo, 6 del 10): «No hay duda de que el inglés se ha hecho imprescindible para los humanos fuera de sus aldeas. De acuerdo, en que las lenguas aldeanas se mantendrán vivas por la impregnación materna. Mi objeción es esa pretensión de equiparar una supuesta lengua andaluza al catalán, al gallego o al vascuence (que no euskera, cuando hablamos castellano). Afortunadamente, los andaluces leemos y escribimos en la lengua de Castilla.» Apostillas sobre las apostillas. Euskera figura en el Drae (o Dile: Diccionario de la lengua española), es, por tanto, acepción académica. Español (o castellano) puede que lo escribamos en Andalucía (aunque tampoco siempre: na aparece nada o na, y, por supuesto, madrugá, pescaíto, no pescadito frito). Para leer y hablar, la mayoría del profesorado damos clase en bilingüe. Igual usamos un español estándar que un andaluz incluso muy cerrado. Un caso. Los endecasílabos de Garcilaso cubra de nieve la hermosa cumbre y por no hacer mudanza en su costumbre se quedan en diez sílabas, los pobres, siguiendo la modalidad castellana (Garcilaso seguía la norma toledana) o en andaluz ceceante o seseante, [la hermoza cumbre, no haser mudansa]. Sin embargo, leídos en jejeante, variante del andaluz tenida por vulgar por los propios andaluces, [cubra de nieve la jermosa cumbre, por no jacer mudanza en su costumbre], los endecasílabos quedan perfectos, ya que la aspiración, entre [h] y [j], rompe la sinalefa. Y quien dice Garcilaso en Andalucía, dice Lorca o Alberti en Valladolid, con esas eses afiladas, que a saber si convienen al poema, pero qué le vamos a hacer; también en Asturias los cuchillos del Romancero gitano suenan cuchillus. Estamos en lo de siempre. Que el exceso de etiquetas no sea pretexto para no entendernos. Que la cultura no sirva para tachar al otro de inculto o de vulgar. Y que no haya hablas de primera y de segunda; hay aldea global y sitio para todos. Oído tengo a un colega despotricar contra las señalizaciones del aeropuerto de Barcelona, de arriba abajo, por este orden: catalán, inglés, español; porte, gate, puerta. Muy bien por el aeropuerto del Prat. Primero, la lengua del terreno, de la aldea; después, el dialecto global, más los idiomas que vengan. ¡Benvinguts!
Soneto 23 de Garcilaso
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.
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