No hace falta leer la Rebelión catalana, de Plácido Fernández-Viagas [1], para saber que en la España de 1981 del coronel Tejero “era necesario ocupar el Congreso” y que actualmente puede bastar un golpe de Estado “sin armas, con poseer TV3”. Sostiene PFV: “En la posmodernidad los delincuentes no son tontos. Por supuesto que hubo violencia. Lo que ocurre es que la fuerza desplegada por los ciudadanos tuvo lugar en forma de resistencia activa, con lo que quisieron apropiarse también del lenguaje. Para ellos, los violentos fueron los defensores de la Constitución, con olvido de que era su obligación protegerla. Guardia Civil y Policía Nacional hicieron lo que debían: reprimir una sublevación. Y los que se opusieron incidían en una actividad claramente delictiva pues nadie está legitimado para desobedecer a las fuerzas de orden público, y mucho menos para obstaculizar su acción. El simple hecho de entrelazar los cuerpos de los manifestantes constituyó un acto violento”.
Y uno –que siempre ha sido internacionalista– piensa que la misma “posmodernidad” que se aplica al referundismo podía y debía aplicarse al Estado español. Pues los Estados se empoderan “mediante astutas técnicas de propaganda y adoctrinamiento”, lo que en España Unida Podemos se ha manifestado (1) sacando banderitas de España a los balcones, (2) con la criminalización del separatismo (cuando se trataba de referundismo) [2], (3) con el desprestigio hasta la quema de nombres y personas (cuando el referéndum se sustancia en voto secreto y en tantos por ciento), y (4) con la bajeza moral que se deduce de participar el resto de España en convocatorias electorales mientras a una parte de España (¿no habíamos quedado que Cataluña es España?) se le negaban las urnas y a doce de los suyos se les sentaba en el banquillo.
La conclusión se da entre nacionalismos. Del nacionalismo español, igual podría decirse que, entre la Corona, la Fiscalía, la TVE-1 y el 155, España no necesita ni ejército ni fuerzas de orden público, como necesitó en el 81 el coronel Tejero.
España, señor Fernández-Viagas, debiera a agradecer que Cataluña se haya levantado pacíficamente en urnas, y no en armas (como en el 98 se levantaron Cuba o Filipinas), y dejar a esas doce personas libres y en paz. Pero, claro, eso significaría ir a lo que ustedes, nacionalistas españoles, no quieren ni oír hablar: ir otra vez al referéndum. Pues irán, no le quepa duda. Cataluña será lo que Cataluña quiera ser. Cuestión de tiempo y números. Le guste a usted, a ustedes, o no. Lo dice alguien que sigue siendo internacionalista.
[1] Plácido Fernández-Viagas (Tánger, 1952), doctor en ciencias políticas, preside la Asociación Derecho y Democracia.
[2] ‘separatismo’, ‘soberanismo’, ‘independentismo’ son palabras que, con el visto bueno del propio bloque referundista, no hacen más que anticipar un final (un deseo) que no se ha producido: maniobra de la contra española semejante a lo que fue llamar ‘comunistas’ a países que, como mucho, intentaban el socialismo, o como si al cristianismo se pidieran cuentas de un reino de los cielos que el mundo no ha conocido.