LA VIDA NO VALE NADA
Ayer Burkina Faso, antier Estambul, Yakarta, Túnez. No hay destino del turista occidental que no esté recibiendo un buen repaso por parte del yihadismo internacional. En vez de convocar unas verdaderas Naciones Unidas para poner fin a tanto horror (como se hace contra el cambio climático), las políticas que se siguen, a nivel de Estados y Gobiernos del primer mundo, son más rearme, más militarización y más declaraciones grandilocuentes que aseguren a la población, desde Exteriores y Defensa, lo que nadie se cree: que se cogerá a los culpables, que se reforzará la seguridad, blablabá, blablablá. Pero, en el fondo, todos miran de reojo el próximo viaje al extranjero y son conscientes de que, dentro o fuera, habrá más atentados. La población, por su parte, además de dar poco crédito a sus gobernantes, se aferra a un eufemismo: el morito o la tapada de su vecindad son buenas personas y de un islam bueno, solo que con costumbres diferentes, y son buenas nuestras católicas costumbres de primeras comuniones, procesiones y romerías. Se da así una doble paradoja. Por un lado, Gobiernos de paz se frotan las manos aumentando inversiones y gastos de guerra (la verdad es que a los Gobiernos de paz les encantan las víctimas del terrorismo y las asociaciones de víctimas) y, por otro, la población, tan preocupada como está y tan sensibilizada contra todo lo que pueda etiquetarse terrorismo (violencia sexista: terrorismo machista; soberanismo: terrorismo independentista), no hace más que aumentar sus demostraciones de frivolidad, de las que las fiestas y signos religiosos no son más que una parte, junto a los máster chefs (en la España del hambre) y el satinado universo de bellezas y frivolidades de la moda, como si no pasara nada. Que el mundo, mi mundo, no tiene sentido era una pose existencial traída de la bohemia y del malditismo. Ahora es un titular de prensa. Ocurre que de un periódico que no queremos leer. La farsa de Obama y de Merkel, del FMI y de la UE, de la Otan y de la Onu (mientras desvían la atención de la opinión pública sobre Venezuela o sobre las rastas de Podemos) se asume y se transmite por virreyes pelotas del sí, bowana, desde el papa Francisco, a Rajoy, Pedro Sánchez o Susana Díaz. Ya nos tienen a todos con una opinión hecha sobre Nicolás Maduro, sobre Artur Mas o sobre la madre que los parió, y siguen los concursos de cocina, las sibaritas denominaciones de origen, los Bertín Osborne, los Cuéntame cómo pasó y los preparativos para el inminente parto de la niña. Y sigue la explotación del hombre por el hombre (disimulada con mi ayuda, por mi oenegé), la explotación de materias primas y naciones, las ceremonias de los Óscar, de los Nóbeles, y la liga de fut¡gol! Gane quien gane, el mundo no tiene sentido y La vida no vale nada, como cantaba hace años Pablo Milanés.