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quizás, eureka y ojalá (un ensayo sobre la justicia)

Palacios Malaver, acuarelas de Alicia Domínguez Albarrán  (2)

La balanza, acuarela de Alicia Domínguez Albarrán.


QUIZÁS, EUREKA y OJALÁ
un ensayo sobre la justicia

Para explicar el concepto de modalidad a mis estudiantes de lengua, les escribo en la pizarra la siguiente secuencia: «¿Llueve? Llueve. ¡Llueve!» El primer hablante lo duda, el segundo lo afirma con rotundidad y el tercero, probable víctima de la sequía, se alegra con la lluvia.

De las tres palabras más expresivas del idioma, una es el adverbio quizá o quizás (¿quién sabe?) [gusta esa ese, como un puñetazo, ¡zas!] y las interjecciones eureka (¡lo encontré!, ¡lo conseguí) y ojalá (¡Dios lo quiera!). ¡Eureka! corona una verdad, una lucha mental por conseguir un resultado. ¡Quizás! y ¡ojalá! lo mismo abren horizontes de ambiciones personales (¡ojalá! me toque la lotería!) que altruistas (¡ojalá! que llueva café en el campo!).

Por seguirle la rutina a la historia, vamos a suponer un investigador (un I+D, antes del D) que está en su laboratorio pegado a su alambique, a su microscopio. De pronto, el hombre, que lleva años siendo un ¡quizás!, exclama ¡eureka!, lo encontró, punto de partida para la D de la I+D, desarrollo que puede revertir para bien de la humanidad o para el lucro propio. Es lo que ejemplifica la biografía de Thomas Alva Edison (1847‑1931), que tanto monta como descubridor de grandes inventos, que como voraz registrador de patentes, vale decir: de sus derechos de autor convertibles en dólares.

Otra veces, creemos en algo o fingimos que creemos en algo, sin ¡quizás! ni ¡ojalás!, porque necesitamos esa convención social para dialogar y entendernos con quienes sí creen en serio. Entonces, para pertenecer al grupo, a la sociedad, o para no quedarnos fuera de la conversación, somos demócratas (sin serlo), creyentes (sin fe ni religión), patriotas (sin nacionalismo) o varones (aunque seamos mujeres). Algo así ocurre con la enseñanza libre, con la portentosa ciencia, con el periodismo independiente, con las bellas artes, con los grandes oficios que envuelven muy nobles actividades con la sospecha o la certeza de que, por debajo de esas actividades tan positivas y solidarias, alientan intereses por beneficios personales que no tienen nada de altruistas.

Viene esto a cuento de nuestra percepción de la justicia. Sabemos que los jueces y las juezas parten de un predicamento social de clases altas que les coloca, de entrada, en el lado conservador (o derechoso) de la vida. Y nos consta que su labor (que se basa en leyes escritas y, por tanto, en el pasado) viene marcada por un pecado original del que la justicia no puede escapar, pues tratar a todos por igual (un deseo, que sería de futuro) cuando (al presente) nadie es igual, no hace más que apuntalar y aumentar la injusticia. Lo dijo Marx: todo derecho es el derecho de la desigualdad.

Dicho lo cual, fingimos que creemos en la justicia y queremos una justicia justa, de buenos fallos (hallos o hallazgos, que son los eurekas de los tribunales) para que la justicia sea igual para todos, como dijo el otro, y para que sean iguales los tratos a la Infanta que a la Pantoja, a Bárcenas que a Julián Muñoz. O a Pedro Pacheco, quien parece estar pagando que un día dijo que la justicia es un cachondeo, como denuncia Pepe Fernández en su Confidencial Andaluz. Y vemos que la justicia se ceba con unos más que con otros y sigue siendo un cachondeo. Lo cual ya lo sabía Pepe Fernández y lo sabían ustedes. Y es que quizás nosotros, como la justicia, como la democracia, como la cultura y como las bellas artes, no seamos más que un eureka provisional entre dos quizás para seguir tirando de un vago y remoto, pero necesario, ojalá. Ojalá la paguen los malos y ojalá que llueva café en el campo.

Lineales, proporcionales, inversas  y El pollo de Pitigrilli en eLTeNDeDeRo, 12 01 2015