Etiqueta: Agustín Fernández Mallo

antídotos contra la guerra.

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«La vida misma es nuestro ejército durmiente, la que nos urge a pagar los recibos del banco y a reclamar unas gafas al seguro.» (Artículo a propósito de las llamadas al patriotismo contra la proclamación del Psoe de Sánchez con UP.)

De antiguo viene echar la culpa de males del mundo a defectos o pecados individuales, tipo el odio, la envidia o la avaricia. Por partes. El odio, como abstracto moral que es, nos obligaría a concienciar o a educar (en el amor, la tolerancia o la benevolencia) a más de 8 millones de personas, cada una con sus circunstancias.

En cambio, industria armamentística (como auténtico calentamiento climático que es) hay una en el mundo (mientras no haya desarme, mi Defensa explica tu Defensa) y, ejércitos regulares, 194, uno por Estado.

El único antídoto contra la guerra es el desarme mundial (algo que ya conferenció el siglo 20) y, para España, la salida de España de la Otan, la denuncia del Tratado con EEUU (1953); España, país neutral, con renuncia a la guerra como método para resolver conflictos entre naciones (algo que ya hizo la Segunda República) y la reconversión del Ejército Español en cuerpo de policía, bomberos, emergencias y protección civil (algo que no se atrevió a hacer la Segunda República y, por eso, el Golpe de Estado o Levantamiento de Franco y sus generales).

Decir que de las asonadas militares del pasado nos salvan la Otan y la Unión Europea y que la vida misma es nuestro ejército durmiente; mezclar odios con recibos y bancos, y gafas con seguros es, cuando menos, de un escapismo alarmante.

Enlace a Juan José Téllez en Antídotos contra la guerra civil


 

Trilogía de la guerra, Agustín Fernández Mallo y la metáfora.

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El principio del lenguaje fue bautizar, dar nombre a un nuevo ser. Después vino la semejanza entre el ser nuevo y otro anterior que ya existía, semejanza que seguiría los pasos «A como B», «A parece B» y «A es B» para reducirse a «A» [igual a B]. Y la hoja de papel se llamó hoja por la del árbol. Que ese proceso esté en el origen de la enseñanza (primeros deberes en la historia: los que puso Dios a Adán en el Paraíso) o que la retórica le dé categoría de figuras (símil o comparación, metáfora en presencia o en ausencia) no importa ahora. Lo importante es el proceso.

La última novela de Agustín Fernández Mallo propone una lectura metafórica de la paz y de la guerra en el escenario del Desembarco de Normandía (1944): ayer, tropas aliadas contra nazis; hoy, migrantes que vienen buscando Europa. Pero lo mismo que la igualdad hombres mujeres no anula la crítica por separado de las construcciones masculino y femenino, igual que al feminismo no basta la igualdad con los varones para lograr un mundo insuperable, así tampoco los movimientos migratorios de Oriente hacia Occidente se pueden comparar, sin más ni más, con lo que fueron tropas de Aliados contra Alemania. Hace falta criticar la guerra y hay que acabar con el género bélico como si no fuese un género sexista y por clases sociales (soldados en las trincheras, enfermeras en los hospitales, generales en sus despachos) y hay que ir a la política de agresión que dio y sigue dando origen a movimientos de personas y a campamentos de inmigrantes como fue el de Nord-Pas-de-Calais (2006-16). Es lo que no hace Agustín Fernández Mallo en su Trilogía de la guerra (Seix Barral, 2018) como si las potencias coloniales a las que él pertenece no tuviesen nada que ver en lo que pasa en Siria. Así es muy fácil decir A como B. Nos salen metáforas y novelas como churros.