Saber quién somos. Se empieza en el cole, pasando y oyendo pasar lista, donde el crío o la cría ven que su nombre no es invento exclusivo, el que le dicen papi y mami para el día de su cumple; que es un nombre social y compartido, rifado incluso. Ahí empieza la batalla del nombre por poner algo que rompa la confusión, la soledad o el idiotismo.
Desconozco por dónde va la lista de nombres preferidos para poner a recién nacidos, pero imagino que hay una falta general cuando se han hecho famosos hipocorísticos o monosílabos como Beth, Rosa, Edurne, Chanel o Melody, Amaia y Alfred, todos en el listín de Eurovisión.
Para combatir lo extraño, una escritura de pluma anima para una firma pensada y bonita antes del garabato, que se llama rúbrica. Y es ahí donde el padre y la madre deben aconsejar y conducir hasta una firma de uso que vaya desde lo familiar y personal hasta el notario o el juzgado, o hasta cuando ese día vayan a ese concurso por una canción para Eurovisión.
Y para reír un poco, estas rocieras o rocieses, para ir nombrando.
