El Gatopardo. Un ensayo sobre la cultura.

gattopardoEL GATOPARDO. UN ENSAYO SOBRE LA CULTURA
Una historia, un sistema y una generación perdida.

UNA HISTORIA

  1. Lo que llamamos el hombre y la historia del hombre ha debido ser siempre algo binario. Ganadores y perdedores. Quien tiene y quien no tiene. En el principio de la lucha por la vida, el ganador se comería al perdedor, y a otra cosa. En el neolítico, alguien se daría cuenta de que el vencido servía como fuerza de trabajo: fue el esclavismo, que abarca la Edad Media, cuando tener o no tener era la raya que establecía la tenencia de la tierra. Y así hasta hoy, cuando la propiedad de la tierra ha sido sustituida por el abstracto puro, que es la Bolsa (con lo que el círculo se cierra: en la iconografía cristiana, una bolsa identifica a Judas). La lectura de este mapa simplicísimo solo ha sido alterada por un tercer pasajero que antes se llamaba religión y ahora cultura. Lo demás sigue siendo la explotación del hombre por el hombre. Puro canibalismo.

  2. El libro de texto nos hizo creer que la sociedad medieval era de tres estamentos: nobleza, clero y pueblo (bellatores, oratores y laboratores), y no es verdad. De la iglesia, no se era (como se era de la nobleza); en la iglesia se estaba: el noble, como obispo o abad; las nobles, como dueñas fundadoras de conventos; y el sinnada, como lego o destripaterrones. Lo que sí es verdad es que el factor iglesia, a partir de escuelas y universidades, añadió dos divisiones que todavía perduran. Una es la división entre quien sabe y quien no sabe, por donde asomaron los primeros intelectuales con título de padres de la Iglesia, y otra la división entre trabajo manual y trabajo contemplativo, por donde andando el tiempo entrarían los catedráticos y las figuras laicas del filósofo y del artista. Jamás hubo una Edad Media armónica y a tres partes entre quienes luchan, quienes rezan y quienes trabajan. Pero el libro de texto lo escribirían clérigos, es decir profesores interesados en su tercio de cultura y civilización. De hecho, la carrera eclesiástica, era la única manera de poder estudiar tantos amigos y compañeros nuestros que en los seminarios diocesanos, y esquivando pedofilias, accedieron a la condición de profesores en la que luego los conocimos.

  3. Del feudalismo al capitalismo, el tercer pasajero no fue la Iglesia, sino los judíos, forzados a buscarse la vida ya que se les negaba la propiedad de la tierra. Poderoso caballero, el préstamo con interés daría lugar a la nobleza del dinero; luego tercer estado y burguesía, con su contrario: hombres, mujeres y niños que dejaron la gleba por la fábrica, el campo por el suburbio, y fueron el proletariado. Como los burgueses se habían abierto paso político exigiendo su derecho al voto, el peligro era que el proletariado quisiese hacer lo mismo: imponer su mayoría. El aviso fue la Revolución Rusa. La burguesía hizo entonces una operación de estética que le salió redonda: asociar capitalismo y libertad, y el país que se mueve no sale en la foto: Segunda república española o Unidad popular chilena; y no han de parar con Cuba o Venezuela. De música, el siglo quinto de la antigua Grecia. Con ustedes: ¡la democracia!


UN SISTEMA

  1. El capitalismo es muy simple, casi ingenuo. Las interferencias las pone: 1º) la ideología (“el dinero no da la felicidad”), 2º) el feudalismo residual (sigue habiendo reyes y duquesas) y 3º) el ocio como fuente de negocio (caché de artistas, futbolistas o toreros).

  2. Por sistema se entiende un conjunto de unidades sujetas a unas reglas de combinación. El capitalismo es un sistema de trabajadores y de empleadores con una sola regla de combinación: el mercado, que dicta la ley del beneficio. Bajo el capitalismo, una de dos, o trabajas o das trabajo. Un empresario que coja pico y pala no desmiente esta regla y tampoco el trabajo autónomo, que incluye oficios, artesanos y artistas.

  3. El autónomo, mixto de obrero y de empresario, no aporta categorías nuevas al sistema, simplemente las combina. Frente al trabajo en serie, el autónomo habría desaparecido si no hubiera sido subvencionado por la política. En economía no es competitivo el alfarero que hace búcaros por su cuenta o la quiosquera que abre y cierra su chiringuito (y los dos se quejan de que están solos y de que el día que no trabajan no comen). La melancolía de estos oficios quede para La Caverna de Saramago. No hace falta ser economista para saber que cien alfareros, por separado, solo suman sus cien porcelanas, mientras que en cooperativa podrían competir con Porcelanosa. Por qué no se unen los alfareros o por qué la quiosquerita sigue abriendo y cerrando ella sola su puesto de prensa o de chucherías se explica por razones más medievales que industriales, más pintorescas que efectivas, y en sociedades viejas de medinas y mercadillos. Pasa que la política halaga al gallego con su vaquita, porque cien ganaderos por separado compiten unos con otros y dan un voto conservador, y cien ganaderos en cooperativa podrían plantearse otra patronal y otra forma de gobierno, y eso suena a lucha de clases.

  4. Si el trabajo autónomo es una economía asistida, de raíz feudal, también son asistidas y feudales las economías de los oficios que producen, digámoslo así, bienes inmateriales: la clerecía (que incluye magisterio, filosofía y política), la milicia (cuya mercancía es la paz o la defensa, pero en realidad sigue siendo la depredación del botín por la guerra), más lo que queda de la vieja nobleza a cuento de la herencia. Añadámosles el arte y los artistas. Utilizando los medios y el sistema educativo, estos oficios, como magos, primero esconden las claves del sistema y después se postulan a sí mismos para explicarlo como arte, cultura o civilización. Por una parte quieren quedar fuera del sistema productivo (ser filósofos, políticos o artistas) y por otra quieren que se les pague como si hubieran producido, en euros contantes y sonantes. Es la paradoja del arte actual: hasta un punto, el reino del arte no es de este mundo (cuando pinto, cuando escribo, cuando toco mi violín), pero a partir de un punto (cuando expongo, cuando publico, cuando el concierto), quiero mi paga como los demás, de los que, encima, si voy por la vida de bohemio, me permito hasta reírme: es la soberbia del artista, incluido el crack deportivo, sobre cuyos ingresos es inútil discutir: a este lado del mercado, el mercado paga por un gol de Ronaldo por la misma razón que por un Picasso en la subasta.

  1. Tampoco hace falta ser marxista para saber qué mercancía es capaz de generar por sí misma valor, y la respuesta es el trabajo, o mano de obra, en los dos sectores literalmente productivos, que son el primario, extractivo de alimentos y de materias primas, y el secundario, que fabrica bienes, mercancías. El sector terciario, comercio y transporte, no es productivo en tanto no genera riqueza, simplemente la distribuye. Este modelo ha ido creciendo en tres fases: el capitalismo mercantil, frente al feudalismo de la propiedad de la tierra; el industrial, de burguesía y proletariado; y el capitalismo financiero, que ya no produce nada y donde es más cierto lo de Antonio Machado: que todo necio confunde valor y precio. Porque si el dinero fuera la fuente de la riqueza, subirían y subirían los precios, con lo que el mercado tendería al infinito, o sea al cero. El capital es trabajo socialmente acumulado en mercancía, es decir con valor de uso y valor de cambio. El valor puede faltar; el precio, no. Un pitifuá es algo perfectamente inútil pero, si alguien paga por él, el pitifuá adquiere valor y entra por derecho en el mercado. Y, al revés, hay cosas de un enorme valor que jamás tendrán valor de cambio, que ni se compran ni se venden: el cariño verdadero.

  2. Si vamos ahora a las rentas salariales, lo que peor se valora es el trabajo menos cualificado, primera injusticia social, y los sueldos pagan, no el esfuerzo, que es joderse en la mina, en el campo o en el andamio, sino la formación adquirida o nivel de estudios, segunda injusticia social. La tercera injusticia procede de quienes viven o quieren vivir de su título de nobleza, de la política, de la filosofía o de las bellas artes. Aquí la unidad de valor ya no es el trabajo sino su contrario, el ocio: el tiempo que alguien dedica a dialogar con las musas, a manejar sus pinceles o el arco de su violín. El matiz está en que mientras el cura y el militar quieren seguir viviendo de la fe o de la paz, el intelectual tiene la obligación histórica de desenmascararlos y desenmascararse a sí mismo (por ejemplo, proponiendo que gane más quien más trabaja en trabajos repugnantes, no quien más estudia). Esa sería la revolución, y no llorar por becas o por conservatorios en nombre de que sin cultura no hay progreso. La penúltima injusticia la pone el sistema judicial. Al legislar por igual lo desigual (por ejemplo, la edad de jubilación o los premios a la natalidad), la desigualdad se multiplica al amparo de leyes y tribunales que, si les preguntas, dirán que, en democracia, todos somos iguales.

  3. La última injusticia, que es a la que vamos, la hemos puesto las clases universitarias, como nuevo y viejo mester de clerecía. Nos ha ido tan bien con nuestros bachilleratos, licenciaturas y doctorados (para evitar los ingratos trabajos manuales), que aún queremos que, en nombre de la cultura, del arte, de la ciencia o el I+D, las clases bajas y trabajadoras, que también pagan sus impuestos, financien total o parcialmente unos estudios superiores que esas clases no harán jamás. Y no nos vengan con las becas. ¿Por qué quien no va a la universidad tiene que pagar la universidad de los demás? Más justo sería que el Estado cubra el ciclo único, obligatorio y gratuito hasta los 18, y que los estudios superiores se los pague cada uno.

UNA GENERACIÓN PERDIDA

  1. El Estado del Bienestar y la naturaleza misma del Estado, infinito y omnímodo, nos han hecho creer, como quien cree en Papá Noël, que existe papá o mamá Estado y que el Estado (como de Dios se dice: Dios proveerá) proveerá. Proveerá un piso, proveerá asistencia sanitaria y medicinas y me proveerá a mí, en igualdad de oportunidades con mi vecina, de guarderías y colegios que yo podré elegir, para ejercer mi derecho a la libertad de enseñanza y para el hijo que espero en mi barriga, en uso de mi derecho a ser madre y a mi familia. (Y no se rían. Cuando la elevación de algo llega al absurdo, es que ese algo ya era absurdo: el pensamiento no hace más que aplicar un zoom sobre la zona afectada.) La apariencia paternalista del Estado del Bienestar llevó a la ciudadanía a una visión propia de adolescentes insolentes y mal educados: el Estado todo me lo debe a mí y yo, nada al Estado. Esto se ve en desde quien tira una colilla al suelo, que ya vendrá alguien a recogerla, hasta en quien, después de haber hecho la carrera por la enseñanza pública, se monta su despacho o su consulta privada.

  2. Dígales usted ahora a estas criaturas que papá Estado (como los Reyes Magos) no existe, que era en realidad papá y mamá, acuciados por la hipoteca y con problemas para llegar a fin de mes. Ahí tenemos a una generación educada en el Sí a la que hay que decir que No. Y, encima, como papá y mamá no pasaron de unos sindicatos descafeinados, la generación que han criado está despolitizada. De ahí, el desnorte de los conceptos izquierda o derecha. De ahí, el éxito de Hessel y Sampedro: ¡Indignaos! (por los valores de la ONU y la socialdemocracia europea). Y, de ahí, al 15‑M: Que la economía no mande en nuestras vidas. Querrán que manden los paraguas de Cherburgo.

  3. Hoy, esa generación perdida y despolitizada se ha movilizado a través de Podemos y en Podemos vuelca su nostalgia del Bienestar, contando con la complicidad de sus mayores, zombis de un paraíso que ya se fue. No hay día que columnistas y editoriales no den cancha a algún escritor, filósofo o científico que cante las glorias de la universidad, de la I+D, del daño que hacen la piratería o el iva a la cultura. No hay tinta para tanta pluma, que halaga a la generación más joven con que no hay derecho, con esas carreras, y emigrando por ahí. Pero un alma noble pondría por delante que nadie pida por las calles, que no haya nadie sin techo y que nadie alegue que es que a ellos les gusta, sencillamente porque con prohibirla y perseguirla, como se persigue el terrorismo, la erradicación de la miseria, la igualdad, sería lo primero y sería real.

  4. Pedir el Bienestar como quien pide teta y sin cuestionar quién lo paga hace de la cultura un grupo reaccionario: conservador de privilegios y reacio a los cambios sociales que habría que hacer antes que estudiantes y que artistas felices. La misma palabra mileurista ya era inquietante, habiendo, como había, quinientistas y trescientistas. Y conste que yo el mileurismo lo llevo en la sangre. Ahí están mis hijos y mi querida gente a la que en clase he animado a estudiar y a estudiar. Por mucho que presuma de ni tonto ni marxista, un poco de todo lo he sido sin querer. Mi mundo, como el del Gatopardo, tampoco existe.

Daniel Lebrato, Ni cultos ni demócratas, 13 del 3 de 2015

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