La república de la igualdad, segunda exigencia que fue, tras la libertad, en la Revolución Francesa (1879), pasó a ser patrimonio de la humanidad con la Internacional (1864). El sueño de aquella igualdad era la equiparación de blancos y negros, hembras y varones, ricos y pobres ya sin privilegios de clase, raza o sexo.
Al contemplar ahora el feminismo 8 de marzo el Viejo Topo piensa que sí, que está muy bien combatir la brecha salarial o la violencia sexista, pero no podemos olvidar a las mujeres mendicantes (muchas de ellas, rumanas, tan europeas como las españolas) ni a las monjas de uniforme ni a las musulmanas tapadas, ni a las mujeres que se aprovechan del Estado para traer familia numerosa subvencionada, por no hablar de amas de casa o prostitutas sindicales que consolidan el patriarcado, en vez de combatirlo, y que el 8‑M harán huelga feminista y se quedarán tan frescas. La igualdad, vista así, resulta francamente conservadora y reaccionaria. Nada que ver con la igualdad entre personas que comparten un mundo global en condiciones comunes.