Los de abajo.

La historia desde abajo ha tenido y tiene efectos contra la historia más académica, aquella que nació obsesionada por la agencia de políticos, reyes y estados. Apareció para dar voz a quienes no habían sido contenidos en el relato, aunque su presencia fuera incontestable en el pasado: mujeres, obreros, campesinos, negros, asiáticos y un largo etcétera. La historia social, la historia postsocial, la historia feminista o la historia poscolonial se encargaron de atender los resquicios de sus pasados. Pero hay una reivindicación que se extiende más allá de esta recuperación de los ausentes: la reivindicación del sesgo político de la historia, la denuncia contra quienes ingenuamente continúan reivindicando la objetividad de la academia y la neutralidad de un método científico sacralizado, distanciado supuestamente de lo real. Cabría, con todo, añadir alguna exigencia más: esta historia desde abajo debería también asumir la corresponsabilidad de los ciudadanos en la construcción del relato, la noción de que la narrativa no solo es cosa del experto historiador, es asimismo producto del diálogo con los ciudadanos. No serían solo sujetos protagonistas del pretérito, como lo son del presente y el futuro, sino además narradores que colaboran en la factura de los discursos sobre el ayer. Es lo que desde hace algunas décadas denominamos historia pública. A más pluralismo, mayor sobrevivencia de estas historias narradas por todos los miembros de la polis.

La historia desde abajo, promovida por intelectuales como E.P. Thompson y Christopher Hill, modificó el modo de entender la historia desde una perspectiva de izquierda. La historiografía asumió rigurosidad y compromiso político, a la vez que evidenció que ciertas visiones desde arriba omitían a actores populares trascendentales para comprender el pasado y el presente. Los cambios globales en el mundo del trabajo y los desplazamientos ideológicos podrían haber horadado este modo de pensar la historia. Sin embargo, sus actualizaciones han mantenido viva a esta corriente que hace historia al ras del suelo. Pronto vamos a desaparecer, severamente juzgados;/ pero sobre nuestra propia escoria se levantará/ la obra de redención de los de abajo,/ a la que consciente o inconscientemente/ todos hemos cooperado (Mariano Azuela, Epistolario y archivo, 1991) ¿Quién extrae el cobre, el zinc, el cobalto, el oro y el carbón?/ ¿Quién hace crecer los granos de soja y cacao?/ ¿Quién hace el silicio? ¿Quién cocina la cena?/ ¿Cuáles son sus relaciones y fuerzas de producción? (Peter Linebaugh, Tras la estela de Perry Anderson, Rey Desnudo, 2013). Mariano Azuela nació en 1873, en Jalisco, México. Desde muy joven se interesó por las dos actividades que lo acompañarían durante el resto de su vida: la medicina y la literatura. La política lo alcanzó inmediatamente después. La revolución mexicana de 1910 lo envolvió y Azuela comenzó a servir como médico de la tropa de Julián Medina. El retrato más perdurable de su experiencia revolucionaria, Los de abajo (1915), una suerte de etnografía literaria de las huestes revolucionarias, es también la parábola de una desesperanza. En medio de su experiencia, Azuela retrató en su diario de campaña las diferencias internas que afligieron al bando insurgente. Si Los de abajo despertó lecturas contrapuestas y fue entendida, alternativamente, como una mordaz crítica al movimiento revolucionario o como un fresco descarnado de la inequidad social del México de principios del siglo 20, sobre una cuestión no hubo casi excepciones: la representación de los de abajo en la novela de Azuela era casi tan rupturista como su contexto de producción. Azuela explicó, tiempo después, las razones que habían motivado su particular retrato: «Formando parte, como médico, de las fuerzas revolucionarias de Julián Medina, compartí con aquellos rancheros de Jalisco y Zacatecas (ojos de niño y corazones abiertos) muchas de sus alegrías, muchos de sus anhelos y muchas de sus amarguras. Ahora han desaparecido casi todos ellos y quiero dedicar estos renglones a esa casta indómita, generosa e incomprendida que, si sabía sonreír para matar, sabía también sonreír para morir». La novela de Azuela es única. La casta indómita, generosa e incomprendida que evoca, en cambio, bien podría estar integrada por los muertos cuyo recuerdo demandó Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de Historia o por los constructores invisibles a los ojos de aquel obrero de los versos de Bertolt Brecht que solo encontraba césares y reyes en su libro de historia. También podría estar conformada por el campesino ludita que rescató E.P. Thompson de la prepotencia de la posteridad. Ya como enfoque, detrás de las inconformidades de Benjamin o Brecht, ya como tradición teórica, en las plumas de alto vuelo de Thompson y Hill, la mirada desde abajo expresó, desde sus comienzos, una disconformidad con la forma de narrar y de pensar el devenir histórico. El compromiso político de Thompson no distaba mucho de las intenciones de Benjamin o Brecht en el período de entreguerras: la disciplina histórica, antes que compendiar la historia de los grandes hombres y sucesos, debía procurar la redención de los oprimidos, de los invisibles, de los muertos. Ese compromiso político convertido en tradición teórica a través de la pluma de los historiadores marxistas británicos incumbía directamente al oficio del historiador, que debía prescindir de la derrota política como premisa explicativa del proceso histórico y abstraerse de los modelos omnicomprensivos que consideraban el devenir histórico, en el caso de la ortodoxia marxista, como un desarrollo ontogenético de modos de producción. En su lugar, la investigación debía ir en busca de la cotidianeidad, los hábitos e imaginarios de la gente común: anteponer la explicación histórica a los modelos prescriptivos, saludar sus actos resistentes pero sin silenciar los momentos de conformismo. En resumen, la investigación debía iluminar el rol de los de abajo como actores del pasado. Ese conocimiento de los de abajo, entonces, posibilitaba la transformación de las víctimas vencidas en actores conscientes de la historia. La disciplina histórica transmutaba, así, en productora de teoría social y se convertía en una herramienta política indispensable de la New Left británica, ofreciendo una mirada emancipadora alternativa en tiempos en que la bipolaridad de la Guerra Fría era presentada como única posibilidad explicativa. La prescripción revolucionaria se volvía investigación empírica, conocimiento situado y explicación histórica. Estos planteos prefijaron buena parte del sentido de los desarrollos posteriores de la historia social durante las décadas de 1970 y 80, y despertaron ecos cada vez más críticos a medida que comenzaban a leerse intensivamente en las universidades argentinas y latinoamericanas. Ahora bien, si los escritos clásicos sobre historia desde abajo tenían interlocutores claros dentro y fuera del marxismo, en el contexto de la Guerra Fría, más trabajoso resulta dilucidar qué herramientas aporta hoy este modo de interpretar, y escribir, la historia. A principios del siglo 21 hubo un resurgimiento de la historia desde abajo. La caída del Muro de Berlín no implicó el mutismo de la historiografía ni el fin de las ideologías. La historia debía escribirse a ras del suelo. En los últimos años, los debates sobre la historia desde abajo se concentran en dos puntos centrales de su desarrollo previo: los actores estudiados y la escala propicia para hacerlo. En cuanto los actores estudiados, los análisis se dirigen a aspectos centrales de este modo de entender la historia. Detrás de la pregunta ¿quién está abajo?, este [re]enfoque de la historia desde abajo deconstruye la noción de agency como acción consciente pero también como capacidad de actuar, y complejiza la imagen del todo social, más allá de la dicotomía entre patricios y plebeyos, o entre burguesía y proletariado. Además, otras intervenciones de la última década se preguntan por la posibilidad (y deseabilidad) de trascender la demarcación socioeconómica en favor de incluir a las mujeres en el abajo de la sociedad patriarcal. El giro espacial, que suplantó en algunos casos la lucha de clases por la lucha de los lugares, y el paradigma de la comunicación conspiran contra el entendimiento de agency como contrahegemonía consciente. Esto lleva, por ejemplo, a que se desatienda la lucha de clases como motor de la historia y se discuta la misma noción de cultura popular. ¿Se precisa una derrota previa para la reconstrucción desde abajo? ¿Debe esta cultura, para ser considerada popular, haber sido invisibilizada? ¿Puede la cultura popular despojarse de la lucha de clases en la que los marxistas británicos la habían inscripto? Ciertamente, estas preguntas marchan en sintonía con la advertencia sobre los riesgos de una historia desde abajo despolitizada, que llevara a la fragmentación de la comprensión histórica y transformara una mirada de la acción (acción política de sus escritores y agency de sus objetos de estudio) en una suerte de antropología cultural retrospectiva y nostálgica. Por otro lado, la renovación historiográfica de la historia desde abajo se da en solidaridad con otra perspectiva más reciente, heredera del mundo globalizado: la de la historia global. Quienes hacen historia global debaten la viabilidad de considerar el surgimiento del capitalismo como un fenómeno meramente nacional. La historia global desde abajo, entonces, desliza la mirada de la subalternidad hacia otros espacios y enfoques de análisis. Entre estos, quizá el más relevante, por su ambiciosa pretensión explicativa, sea el estudio de los vínculos y las circulaciones atlánticas que tuvieron los de abajo entre los siglos 15 y 18, y que contribuyeron al surgimiento del capitalismo moderno. En 2000 dos historiadores publicaron La hidra de la revolución. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico. Allí decían: Nuestro libro dirige la mirada desde abajo. Hemos intentado recuperar algo de la historia perdida que habla de una clase multiétnica que fue esencial para el surgimiento del capitalismo y de la economía global moderna. ¿Por qué esa historia, esencial para el surgimiento del capitalismo, había sido invisibilizada? Los historiadores sostenían una doble causalidad: en primer punto, por la represión que habían sufrido los marineros, los esclavos y los campesinos sobre los que trataba el libro. En segundo punto, por la violencia de la abstracción utilizada a la hora de escribir la historia. Se modificaba la perspectiva, que ya no estaba puesta en la génesis del capitalismo inglés como modelo clásico de acumulación originaria, sino en los contactos entre una miríada de desposeídos que colmaron los barcos que, desde el siglo 16, triangularon entre Europa y América y fueron la tracción a sangre que precisó el naciente capitalismo para su acumulación y despegue. La escala de indagación cambiaba y focalizaba en intercambios y circulaciones. El proceso resultante, por tanto, también se modificaba. La empatía por los vencidos, en cambio, se mantenía intacta. Si existe un hilo invisible que traza, a modo de línea torcida, algún tipo de genealogía entre las intervenciones de Azuela, Benjamin, Brecht, Thompson, Hill, etcétera, se encuentra, no en el método ni en el registro, sino en las premisas políticas que animan sus escritos. La mirada desde abajo muestra, como ninguna otra, que la historia académica no puede, ni debe, escribirse desde la neutralidad. Quizás por eso, como enfoque, la historia desde abajo ha logrado sobrevivir al ocaso de su tradición teórica, fuertemente ligada a las disputas político intelectuales de la Guerra Fría que enmarcaron su surgimiento, y aún es capaz, con una vitalidad que trasciende la melancolía de los anaqueles, de dar cuenta de los proyectos políticos emancipadores que se alzaron en los últimos siglos. Cuando le preguntaron a Azuela para quién había escrito Los de abajo, el escritor mexicano no dudó: «Salíamos con los jirones del alma que nos dejaron los asesinos. ¿Y cómo habríamos de curar nuestro gran desencanto, ya viejos y mutilados de espíritu? Fuimos muchos millares y para estos millares Los de abajo será obra de verdad, puesto que ésta fue nuestra verdad». Justamente hoy, en un presente en el que es menos imaginativo pensar el fin del mundo que divisar uno sin capitalismo, resulta aún más apropiado sumergirse en la reconstrucción histórica de las luchas de nuestro pasado y arrebatar, desde el suelo, las verdades humanas del fresco catastrófico que paralizó al ángel de la historia. 

(Nueva Sociedad, enero 2021, Conversación sobre Historia ¿Por qué sobrevive la historia desde abajo?)

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