Caso Errejón, contra dos grandes límites: el victimismo de etiquetadas víctimas y la cofradía de comentaristas afligidos.
Errejón y víctima no redactan en clave de pánico; su género, no es de terror, sino costumbrista: vida social, libros, fiestas, taxis, donde el carácter público del varón empalmado, el que ha sufrido el calentón, lo hace macho endeble medio risible: un Woody Allen vendría en su adopción.
La verborrea de comentaristas ignora aquel mandato de Sempronio a Calisto en La Celestina: «Haz lo que bien digo, y no lo que mal hago», o sea: abusadores no caigan en ser abusadores pero, si lo son, salven al menos el discurso que hicieron contra el abuso. Faltaba que, encima, Errejón tuviera que haber sido un violador de manual, machista gilipollas y cachirulo tentetieso. Por último, el tipo ha dimitido y no se esconde como aforado.
Piensen ustedes, su coro y club de fans, en quienes no le vimos la gracia ni la izquierda al pelotón 15M o DemocraciaRealYa! o al YesWeCan de Podemos hasta el MásMadrid de Errejón, pobre. Que de Julio Anguita a Alberto Garzón o Antonio Maíllo, el de Sumar, no nos sumen, y nos perdonen.
