Dios me cegó a la contemplación de los museos
de las ciudades históricas.
La historia del arte ‑dijo‑ es también la historia
de quienes levantaron pirámides y catedrales,
rascacielos en Manhattan.
Y qué más da lo que diga la guía
de Venecia, del Machu Picchu o del Faro de Rodas.
No tienes edad ‑disposición, aún menos‑
para albañil o esclavo y no hay dios
que te devuelva la vista a la belleza.