marxistas frente al marxismo.


César Rendueles: La extinción del marxismo. El marxismo político ante la crisis ecosocial. El Cuaderno Digital, 25/08/25 


El marxismo, como los Rolling Stones, siempre ha pensado que el tiempo jugaba de su lado. En esa esperanza, siempre ha habido mucho autoengaño, pero ahora resulta una fantasía mórbida.


La gran crisis medioambiental global afecta de forma diametralmente opuesta a los programas democratizadores y autoritarios. Para proyectos autoritarios iliberales o de autoritarismo electoral la amenaza de una catástrofe ecológica es un escenario confortable: la competencia por recursos naturales decrecientes alimenta el cierre nacionalista y belicista frente al enemigo exterior, al tiempo que justifica las intervenciones represivas internas. Para los movimientos emancipadores, en cambio, la crisis ecosocial es un puzle infernal. El ecosocialismo no puede ya prometer universalizar la abundancia del mercado (disfrutar de la riqueza sin pagar un peaje de explotación, subordinación y alienación) y confiar en que, una vez superado el reino de la necesidad, prosperarán las mejores capacidades humanas. Necesita desarrollar un conjunto de cambios estructurales globales sin precedentes en tiempo de paz empleando un instrumental político atravesado por afectos negativos y desmovilizadores: austeridad, autocontención, decrecimiento. Peor aún: necesita hacerlo en un tiempo muy limitado, dos o tres décadas como mucho.

La gran fuerza política del marxismo siempre ha sido su capacidad para moverse en un equilibrio complejo, mostrando posibilidades de ruptura política y emancipación grandiosas que interpelaban a millones de personas de todo el mundo y que, sin embargo, eran comprensibles desde el presente: no como un mero despliegue automático del capitalismo, pero tampoco como una discontinuidad mesiánica radical. El mensaje del Manifiesto Comunista no era una idealización de las formas de vida del asalariado fabril, sino el descubrimiento de que hasta en el lugar más insospechado, en las condiciones más envilecidas, se escondía la posibilidad de desarrollar un proyecto político universal. Muchos otros grupos sociales podían tener ideas políticas nobles y dignas de aprecio, pero solo los asalariados del capitalismo estaban en condiciones pragmáticas de sacar partido de la potencia capitalista para construir una sociedad en la que todo mejorara para todos y en todas partes. El maximalismo ha sido una opción de gente muy desesperada o muy acomodada. Personas con una vida regalada que, en realidad, no se jugaban gran cosa en las peleas políticas disponibles y podían permitirse esperar indefinidamente (siglos, de hecho) que la realidad social coincidiera con sus altas expectativas. O bien gente con vidas aterradoras que, comprensiblemente, no esperan nada.

La crisis ecológica ha introducido una tensión temporal desconcertante, que la diferencia de cualquier otra conmoción social. Se mueve en ciclos largos y globales que solo un cambio histórico de un inmenso calado puede alterar. Y exige intervenciones que llegan cincuenta años tarde y no se pueden aplazar ni un solo segundo. Hasta la medida más modesta y políticamente cuestionable resulta desesperadamente urgente: cada décima de grado es crucial, cada kilómetro de carril bici y cada placa fotovoltaica cuenta.

La idea de que mientras no cambie todo nada ha cambiado puede resultar conceptualmente lúcida, pero conduce a un agujero negro histórico: «la crisis ecológica es un producto del capitalismo», «desde el capitalismo sólo se pueden poner parches», «la transición energética no acaba con la crisis ecosocial», «las políticas verdes son un plan de las élites para sobrevivir». Todo es en parte verdad y, al mismo tiempo, no tiene la menor importancia en ausencia de un movimiento social capaz de formular una alternativa a nuestra parálisis política. No un movimiento hipotético o deseable. No una posibilidad histórica abstracta, sino una intervención colectiva aquí y ahora. Si en doscientos años no hemos sido capaces de acabar con el capitalismo, ¿cómo lo vamos a conseguir en los próximos treinta? Peor todavía: que el capitalismo sea la causa de la crisis ecológica no significa que el anticapitalismo sea solución a esa crisis. Un movimiento que impulse una transición ecosocial profunda no solo necesita liderar una gran fuerza destituyente, sino también superar sus diferencias y limitaciones internas para constituir una alternativa sólida a una velocidad endiablada.

Si continua la emisión de gases de efecto invernadero, la próxima vez que el viejo topo asome la cabeza, se encontrará un cementerio. La versión más oscura de una transición energética exitosa (autoritaria, desigual, eurocéntrica) al menos nos daría una prórroga desde la que construir otra cosa. Si no somos capaces hoy de cambios profundos, rápidos y eficaces (las tres cosas a la vez), el mejor reformismo es la única esperanza para una revolución futura. Un electrocapitalismo descarbonizado daría aire a las élites capitalistas, sin duda, pero aún habría gente viva para combatirlo.

El marxismo que necesitamos es el que se gestó cuando las peores pesadillas se vieron desbordadas por hornos crematorios globales, de un holocausto planetario. La política generosa e interclasista del frente popular hizo que mucha gente entendiera que los comunistas luchaban por la civilización tanto o más que por la revolución y que su proyecto ilustrado y democrático era el de cualquier persona decente. De un pacto antifascista surgió una legitimidad social del movimiento anticapitalista que impulsó los mayores cambios igualitarios de la historia de la modernidad, un fortalecimiento de las clases trabajadoras que no se ha vuelto a repetir. El marxismo tiene que dirigirse a los vivos, no a cadáveres inteligentes y comprometidos.



César Rendueles (Girona 1975) es profesor de sociología en la Universidad Complutense, investigador y traductor y animador de proyectos para el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ha publicado los ensayos Sociofobia (2013), Capitalismo canalla (2015) y Contra la igualdad de oportunidades (2020). Este texto fue presentado el 04/06/25 en el congreso La actualidad de Marx, Complutense de Madrid, y parte del epílogo del libro A la sombra de Marx, editorial Akal. Fuente: El Cuaderno Digital, junio de 2025

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