locomotora
1898 Ciudad de Sanlúcar
Íbamos ayer en coche, Pilar conduce, con Tete Ortega y Mikel Collins, atravesando por Rotonda del Tren hacia Bonanza, y salió el tema (yo, el tonto de los temas) de la vía férrea que subía desde Bonanza. “Salida de la ciudad por vía férrea”, ordena [o aconseja] una señal de tráfico a los vehículos pesados [o ligeros] que se dirijan, desde la Colonia de Monte Algaida o las Salinas o el Muelle, a todas partes.
El caso fue que en 1876 se otorgó una concesión de obra de 29 km para la línea Bonanza Jerez de la Frontera (correspondencia Sevilla Cádiz), que entre 1877 y 1965 sirvió al transporte de mercancías y pasajeros.
Y el caso es que la 1898 Ciudad de Sanlúcar corona, como una reina del Tour, la etapa de montaña en pendiente de asfalto de las de quítate tú, peatón, que pasa el tren, puh, puuúh… ¡y no pasa nada!
La misma etapa que ayer bajábamos Pilar y yo con Tete y Mikel en coche, la bajamos Fernando y yo en bicicleta (él, en bici ligera y yo en mi bici la Veloz) hace una piña de años, que ya es piñón.
Fernando nos venía a veranear desde Regensburg Ratisbona o desde Toulouse, y me recordará por el loco aquel que era Dani pedaleando en régimen general, que llamábamos bicicultura, y no en modo carril bici, que era Dios en Europa y Acontramano Izquierda Unida, su Profeta.
La presunción del coche como índice y patrón del bienestar, acabó jodiendo al ciclismo urbano por la calzada y acabó jodiéndonos a todos, peatones tan nacionales como turistas.
—Y como la jodienda no tiene enmienda, un ictus bastante leve, para los ictus que se despachan, acabó jodiéndome a mí, reconoce el hombre de la bicicultura y la Veloz: «la línea urbana más corta entre dos puntos de ciudad».
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Nota 1.
Nombrar 1898 Ciudad de Sanlúcar a la hija adoptiva de la rotonda, son ganas municipales de titular, porque la renombrada nunca fue, como se espera en obras públicas, máquina varada después de años de servicio, sino fabricada ex profeso. En moda rotondas, esa actuación quiere abrir puertas de arte original. Con el 98 en la proa, no hay más que hablar.
Nota 2.
En la lucha por liderar las fuentes de la energía, el vapor venció a la rueda y a la vela [del molino y de la navegación a vela], el petróleo venció al carbón, y la electricidad las venció a las tres. Como vehículo a propulsión humana, la bicicleta nunca vino buscando pelea. Del caballo de hierro y madera, al peatón con ruedas, la bicicleta ni movió pleito por paternidad ni entre naciones que la pretendían como patria, como Inglaterra o Francia o Alemania.
Posdata.
La bici como ¡¡vehículo el más sano y ecológico y sostenible!!, acabó echándonos al parque de juegos infantiles para, al final: ciclistas comatosos y el planeta a riesgo por gases de efecto invernadero, el as del gas, el gas de gases, ¡Morituri te salutant!
Daniel Lebrato,
con Pilar y Tete y Mikel,
con Magallanes y Elcano,
Salvados por La Campana
Salvados de salvar por la campana la hora, el coche, el plan fin de semana, bajamos por vía férrea hasta Bonanza, el muelle del pescado en cuotas altas, donde, si no hay subasta, hay un festín de lonja en tapas bajo La Campana, bar de comer de estrellas michelín por langostinos, chocos o marrajos, antes que en la hora siesta hagamos planes con la coral de Elcano y Magallanes, que es tarde ya, señores, con la plasta del morituri, a la ¡salud!, carajo, sonrían a la cámara, eso basta.
Salvarse por la campana tuvo que significar “salvarse por la campana” literalmente y tal como suenan campanas de iglesia o campanillas que salvaran o salvasen a las almas por llamadas a la santa misa o a los oficios divinos; las vidas, a rebatos de incendio o de siniestro, como las esquilas, a las ovejas frente al lobo; o el tilín tilín, a salva puertas de boticas o reboticas o cercados. De otras llamadas al servicio, debió venir la campanilla para el difunto no tan difunto avisar desde su ataúd o enterramiento prematuro, que debía hacerse oír para salvarse mediante un hilo atado a la muñeca con mando a campanilla en superficie.
A Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, nombre secular (1515·82), a sus 25 años, le sobrevino un coma profundo. Le habían dado la extremaunción, envuelto en sudario y puesto cera en los ojos, cuando despertó y vivió cuarenta y tres años más como Teresa de Jesús.
Hasta el siglo 19 las funerarias mantuvieron su oferta en ataúdes preventivos y la literatura pilló un filón hasta El entierro prematuro, de Edgard Allan Poe (1844). El narrador, aquejado de catalepsia, vive aterrorizado por la posibilidad de ser enterrado vivo. Para evitar ese destino, toma medidas extremas, como construir una tumba con mecanismos de escape y pedir a sus seres queridos que no lo entierren hasta confirmar su muerte.
Salvado por la campana recobró nueva vida en vida del boxeo, todo a partir de 1867, cuando entraron en vigor las reglas Queensberry, que aún perduran para el mundo pugilístico. John Sholto Douglas, 9º marqués de Queensberry (el cabronazo padre de Alfred Douglas, amante de Oscar Wilde), resultó ser lord protector del boxeo y boxeadores.
Las reglas Queensberry introdujeron: el uso de guantes, la prohibición de abrazos, los diez segundos antes del nocaut y el minuto de descanso entre asaltos de tres minutos. Desde entonces, y en giros expresivos, preferimos girar {en la cuerda floja} o {contra las cuerdas} y no {tirar la toalla}. Larga vida a quien la vida salva para salvados por la campana.
Daniel Lebrato
30·06·25
