En la industria editorial el libro ya es lo de menos… pero leemos más y mejor que nunca, por © Jose A. Cano, @caniferus.bsky.social, 23 04 25, elSaltoDiario.com
Expertos, editores y libreros analizan cómo el libro evento y los denostados libros basura sostienen un sector donde los números dicen que leemos más y con más variedad que nunca.
En 2020 se reeditó en España Literatura y dinero (Trama, 2020), ensayo del mismísimo Émile Zola publicado allá por 1880. Simplificándolo bastante, venía a quejarse, por una parte, de la sobresaturación del mercado editorial y el peso de lo comercial frente a lo literario en muchas publicaciones. Y por otra, y sobre todo, de la gente que se quejaba y no veía lo bueno que estaba trayendo. Entre otras cosas, aunque está expresión es más actual que Zola, la democratización de la cultura. En el ecosistema editorial, de multinacionales contra pequeños editores, las multinacionales ahogan la cuota de mercado con estímulos constantes, pero al mismo tiempo sostienen un mercado enorme que permite a los pequeños tener su cuota.
Oihan Iturbide, editor de Next Door Publishers, especializada en divulgación científica, se ha pasado los últimos meses despidiéndose desde su newsletter. En enero reflexionaba sobre los libros basura como plan b: Toda la industria se sostiene gracias a ellos. Los odiamos y los necesitamos. Si no fuera por ellos, no podríamos sacar adelante proyectos más arriesgados. Y, si no, piensa en toda la poesía o filosofía que se publica y después mira a tu alrededor: ¿cuánta gente de tu entono las lee? Preguntado por El Salto, matiza: El término libros basura tiene algo de clasismo, de desdén por el gusto ajeno, pero es cierto que hay libros producidos con la misma mentalidad con que se fabrican cucharillas de plástico: rápido, barato y para usar y tirar. Es la lógica de la novedad perpetua, esa ansiedad por lo último. Los libros dejan de ser publicados y pasan a ser producidos.
Un editor con más de 15 años de experiencia cree que la saturación es necesaria para sostener el negocio: La mayoría de las editoriales pequeñas están lejos de ser rentables. Se pasan generando deuda. Yo he trabajado para una mediana que tenía dentro un sello literario de mucha calidad pero del que, en más de 20 libros, solo uno no dio pérdidas, y porque quedó finalista de un premio. La forma de sobrevivir fue editar un par de volúmenes, fuera de esa colección, a youtubers en los que el logo de su canal iba en la portada. Editabas cosas que sabías que al jefe le daba igual lo que haya dentro del libro porque es un objeto de mercadería. Eso permitía que publicásemos otros a los que poníamos más cariño. Porque a veces no es que el mercado rechace libros de calidad, sino que tú no tienes la capacidad para darles visibilidad, y el del youtuber se publicita solo.
Los números no mienten
El número de libros inscritos en isbn en 2024 fue de 89.347, de los cuales 59.937 se realizaron en soporte papel, un 67,1% del total, y 29.410 en otros soportes, lo que representa el 32,9 restante. Se incrementa así el número de libros inscritos en un 2,6, cifra similar a la obtenida en 2019, previo a la crisis del covid. En 2022, considerado primer año pospandemia, la cifra alcanzó los 92.616, frente a los 90.073 de 2019, según cifras de Cultura. Es una media de 250 libros al día, o lo que es casi lo mismo, diez libros a la hora. El sector editorial vendió 77 millones de ejemplares, facturación que supera los 1.200 millones € y un crecimiento del mercado del 9,8 respecto a 2023. Los últimos datos del gremio de editores de España, con Cultura y Cedro: desde 2012 en España cada vez se leen más libros y hemos pasado de un 63 de lectores frecuentes (que leen al menos un libro cada tres meses) a un 70%. Los lectores habituales (mínimo, un libro al mes) superan el 55%. Y los dos grupos que más leen son mujeres, 75,9% frente al 68 de los hombres (lleva décadas siendo así) y jóvenes: un 75,5 de los españoles entre 14 y 24 años de edad, es lector frecuente. Esto ya es más inesperado para el perfil apocalíptico de las letras al que denostan tanto Zola como alguno de nuestros entrevistados.
Hay agentes grandes y medianos que sobresaturan el mercado con muchos libros que, a todas luces, no van a sobrevivir ni a sus propios proyectos. No van a estar en librerías más de un año, y eso forma parte del negocio, de cómo funciona la cadena, considera Marta Martín, editora: Ahora mismo un libro que sea novedad va a estar como mucho entre 60 y 90 días expuesto en la librería, y eso sería un logro, añade. En su opinión, las distribuidoras trabajan por colocación de libros en librería y no por venta, lo que provoca que muchos editores estén permanentemente editando para no verse enfrentados a facturas que podrían poner en peligro sus negocios, pero también contribuyen las editoriales medianas, que se quejan de que a ellos las muy grandes las oprimen a nivel de cuota de mercado, pero luego hacen lo mismo a las pequeñas.
Nuestro editor anónimo matiza: Entiendo que existe el “publico mucho para tener visibilidad”. Pero hay editores que te dicen que lo que hacen es disparar diez veces a la diana: con que aciertes una, ya aguantas el resto. No es solo la pelea por el espacio, sino el surfear la incertidumbre de no saber qué va a funcionar cuando no tienes herramientas de marketing.
La literatura espectáculo
La lectura, en el sentido tradicional, de leer en solitario y desentrañar el valor estético y político de un lenguaje literario, ha perdido el lugar central que tenía antaño, y, ahora tiene más valor social la figura del escritor o escritora, y su puesta en escena en el espacio público, analiza Ana Gallego Cuiñas, decana de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Ha dedicado mucho espacio a cómo las redes sociales, los festivales e incluso los robots, están cambiando la percepción de la literatura: La cuestión es que cada vez hay más escritores y menos lectores, asegura. Se ha visto desplazado por la cultura literaria en un sentido que va más allá del texto y se expande a la esfera pública, lo oral, lo performático y lo bastardo, puesto que se mezcla más que nunca con otros códigos; una literatura que se disfruta también en comunidad. Demuestra que lo literario está más vivo que nunca.
Dentro de ese fenómeno, ha estudiado la festivalización o eventificación del medio. Algo que viene de la sociedad del espectáculo de final del siglo pasado, pero que en el actual se ha exasperado. Tiene una parte negativa evidente, pero la positiva es que se puede aprovechar este giro hacia la experiencia colectiva para potenciar otro tipo de actividades públicas, festivales o ferias que integren también una pedagogía crítica y visibilice productos culturales alternativos, subjetividades y cuerpos no normativos.
Martínez de ContraEscritura, percibe esa eventificación. Recuerda que en 2017 todo eran libros sobre la Revolución Rusa. Y en un mismo año casi todo se concentra alrededor del Día del Libro / Sant Jordi, Feria del Libro de Madrid y Navidad, produciendo muchos meses de llanura que se notan, sobre todo, en librerías y editoriales pequeñas. Por otra parte, también detecta una presión constante sobre unos lectores agotados y con cada vez menos tiempo de ocio.
Si no hay presentación, podcast, entrevista o bookfluencer hablando de ello y una buena polémica en redes, el libro ni existe, lamenta Oihan Iturbide. El contenido se convierte en excusa para la performance de la promoción. Hay autores que tienen que convertirse en personajes mediáticos para que sus libros vendan. Y hay libros que se diseñan más para ser comentados que para ser leídos. Pero aclara: Tampoco soy de romantizar el pasado: el libro siempre ha necesitado marketing. Lo que ha cambiado es el ritmo y que, ahora, la conversación se da en TikTok.
Lee más, fracasa mejor
A todo este pesimismo con matices responde Javier Ruiz de Librería Praga de Granada: Desde que existen las redes se lee mejor que nunca y los que tenemos cierta edad lo sabemos. Hace 20 o 30 años las referencias literarias las sacabas de los suplementos de los diarios en papel y un par de amigos prescriptores, los que se habían leído a Carver o a Bukowski antes que nadie. Ahora las redes han creado una gran cantidad de conexiones entre gente muy competente que hace que sigas a gente que en los 1990 ni te habrías enterado de que existían. Agrega que aunque exista la queja del postureo de los bookstragrammer, yo lo que veo es que están postureando de leer a Annie Ernaux. No me parece tan malo eso. En otras épocas existía igual, solo que era más privado. E incluso si dices que leen libros que son solo puro entretenimiento, si ahora hay quien lee a Megan Maxwell donde antes estaba Corín Tellado, me parece respetable. Leer no es solo amargarte con Mark Fisher o Tolstoi.
Volviendo a Zola, el panorama de las letras francesas de finales del 19 era, con diferencia, mucho más rico y alentador que el de un siglo o dos antes. Entre otras cosas porque, sin hacerse rico, un escritor podía aspirar a vivir de su trabajo sin necesidad de pertenecer a las clases altas o realizar su labor apadrinados por estas de una forma u otra. Y citando al francés ya literalmente: Nada más lejos de mi intención que negar el pasado; al contrario, pretendo definirlo para demostrar que es eso, pasado, y que las letras francesas han entrado en un período completamente nuevo que hay que distinguir claramente si se quieren evitar las lamentaciones inútiles y caminar hacia el futuro con paso resuelto.
© Jose A. Cano, En la industria editorial el libro ya es lo de menos… pero leemos más y mejor que nunca
