«Hamás surgió en 1987 a partir de las concesiones de la Olp, defendiendo los mismos principios que la Olp había articulado antes de su ascenso, pero redactados con una ideología islamista que sustituía el marco nacionalista laico. La resistencia palestina contra el apartheid israelí persistirá mientras siga habiendo apartheid y mientras los palestinos no sean aniquilados como pueblo.«
«Entre 2007 y 2023, Israel se apoyó sobre todo en Hamás para gobernar a la población de Gaza: era una forma de esconder su propia responsabilidad legal como potencia ocupante.«
«Como en cualquier lucha asimétrica, con no perder, los guerrilleros ya salen victoriosos, mientras que un ejército convencional pierde cuando no logra sus objetivos globales.«
«La vasta infraestructura de túneles que construyó Hamás, que se estudiará como una innovadora forma de lucha anticolonial asimétrica.»
La Gran Marcha del Retorno de 2018 y 2019 fue movilización masiva de la sociedad palestina. Miles de personas de toda la Franja se reunieron en la zona de la valla, la supuesta frontera que Israel había erigido para separar Gaza del resto de la Palestina histórica. Los palestinos estaban protestando contra el aislamiento paralizante y la asfixia económica, pero también estaban defendiendo su derecho a regresar a los hogares de los que ellos y sus familias habían sido expulsados con la creación de Israel en 1948. Era el inicio de un periodo correctivo. Los palestinos querían ir más allá del proceso de paz basado en los Acuerdos de Oslo y dejar de esperar interminablemente la creación de un Estado palestino, y por ello estaban volviendo a resistir la colonización sionista. Como autoridad gobernante, Hamás apoyó esa movilización, que duró semanas. Desde un principio, Israel calificó las protestas como «terroristas» y ocultó francotiradores tras las dunas de arena de la periferia de Gaza, que dieron muerte a más de doscientos palestinos, con 46 niños muertos y más de 36 mil heridos. En 2020, Israel firmó acuerdos de normalización con cuatro países árabes (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán), sin ninguna concesión a la autodeterminación palestina, que se había eliminado de la agenda internacional y se daba por hecho que ya se había conseguido apaciguar. Un año después de la firma, las violaciones del derecho internacional por parte de Israel son equivalentes a crímenes contra la humanidad de apartheid y persecución. Hace tiempo que los palestinos han entendido su realidad en estos términos y ese mismo año, en 2021, se levantaron en la Intifada de la Unidad (al unir palestinos de Jerusalén, de Gaza y de Cisjordania) como único pueblo que se enfrenta a diferentes facetas del mismo régimen colonial. Israel había estado intentando expulsar a las familias del barrio Sheij Jarrah, en Jerusalén Este, de sus hogares para dejar hueco a los colonos judíos. Las protestas se centraron en torno a la mezquita de Al-Aqsa, donde los palestinos se congregaban para rezar y tomar el iftar, la comida nocturna que rompe el ayuno durante el mes de Ramadán. Por primera vez, el movimiento lanzó cohetes desde Gaza hacia Jerusalén, rompiendo el equilibrio violento que se había establecido desde su confinamiento en 2007. Hamás empezaba a desafiar de forma explícita la dominación israelí. Sin embargo, estos cambios pasaron inadvertidos para Israel, que siguió ejerciendo su violencia cotidiana contra los palestinos. La violencia de los colonos se extendió por toda Cisjordania: entre enero y octubre de 2023 murieron 507 palestinos; fue el año más letal desde la segunda intifada en 2005. Continuaron las medidas para judaizar Jerusalén y otras zonas del interior de Israel, como Galilea. El Gobierno de derechas dirigido por el partido Likud, donde los colonos se encuentran en lo más alto de la pirámide de poder, siguió con sus planes de consolidación y expansión, confiando en que podían controlar a los palestinos con muros y puestos de control. En 2023, los manifestantes coreaban cantos a favor de la democracia, pero nunca mencionaron la ocupación israelí: querían proteger una democracia solo para judíos. Millones de palestinos iban a seguir privados de sus derechos. Israel consiguió dividir a los palestinos y gobernar sobre ellos al crear dos enclaves, dos reservas similares a los bantustanes *(bantustán, en Sudáfrica, zona destinada a reserva de negros de la etnia bantú) donde partidos palestinos gobernaban bajo la estructura inflexible del dominio israelí.
En Cisjordania había un Gobierno obediente. La Autoridad Palestina se había comprometido a coordinar la seguridad, reconocía el Estado de Israel y reprimía la resistencia. Bajo el disfraz del proceso de paz, la liberación quedó relegada por la gobernanza, lo que convirtió a la Autoridad Palestina en un importante pilar del apartheid israelí. El Gobierno de Gaza, en cambio, se basaba en la resistencia. Tras su elección en 2006 y su toma del poder en 2007, Hamás desafiaba el dominio israelí aunque, al mismo tiempo, se mostró dispuesto a buscar un acuerdo político a más largo plazo, aceptando un Estado palestino en las fronteras de 1967 sin renunciar al derecho al retorno. La Autoridad Palestina se había pacificado en términos ideológicos; el Gobierno de Hamás, en cambio, solo obedecía en la práctica, pero sin quitar el dedo del gatillo. En el futuro que se vislumbraba parecía que los palestinos de Gaza siguieran bloqueados indefinidamente. La idea de que Hamás optase por una salida militar resultaba inverosímil. El bloqueo (que se basa en políticas de ingeniería demográfica que Israel aplica para mantener la ilusión de que es un Estado judío, aunque en realidad, en el territorio bajo su control, hay más personas no judías que judías) era un medio para conseguir los objetivos israelíes. De 2007 a 2023, Israel se apoyó en Hamás para gobernar a la población de Gaza: era una forma de esconder su propia responsabilidad legal como potencia ocupante, al mismo tiempo que adoptaba una política para disuadir a Hamás en términos militares. Israel nunca llegó a desarrollar una estrategia política para Gaza ni buscó medidas para gestionar la ocupación, algo que sí hizo en Cisjordania.
El impactante ataque organizado por Hamás el 7 de octubre de 2023 supuso un punto de inflexión. La ofensiva llevaba un nombre árabe que podemos traducir como Inundación de Al-Aqsa (Al-Aqsa como símbolo palestino, árabe e islámico que trasciende). Muchos combatientes que irrumpieron en ciudades israelíes eran descendientes de refugiados de esas tierras, pero las pisaban por primera vez desde la expulsión de sus familias. En pocas horas habían sitiado varias ciudades israelíes; irrumpido en viviendas; matado a 695 civiles israelíes, 373 soldados y policías y 71 extranjeros (en su mayoría trabajadores tailandeses), y secuestrado a otras 240 personas para negociar la liberación de miles de palestinos encarcelados. El ataque de Hamás era demostración de violencia anticolonial respuesta a la provocación israelí de ocupar otro pueblo, confinarlo y negarle su libertad y su derecho a la autodeterminación durante más de 75 años. Al escapar de su prisión, Hamás puso de manifiesto que estratégicamente había sido muy pobre asumir que los palestinos aceptarían su encarcelamiento por tiempo indefinido, que Israel podría mantener y ampliar su régimen colonial. El movimiento acabó con uno de los pilares del sionismo: que Israel podía proporcionar un refugio seguro a los judíos sin tener que abordar la cuestión palestina en términos políticos. De ese modo, echó por tierra la viabilidad del enfoque particionista de Israel, según el cual es posible encerrar a los palestinos en bantustanes y que el Estado que controla sus territorios siga disfrutando de paz y seguridad. El 7 de octubre precipitó tanto a palestinos como a israelíes, hasta una nueva realidad cuyos contornos aún no conocemos. La brecha podría hacer explotar toda la región: Irán, Líbano, Jordania, Egipto, Siria, Irak y Yemen. En lugar de intentar reducir la tensión, la Administración del presidente Joseph R. Biden echó leña al fuego al comparar la ofensiva de Hamás con los atentados del 11S de Al-Qaeda; era un intento apenas disimulado de justificar de antemano el uso extremo de la fuerza en Gaza por parte de Israel. Biden describió a Hamás como pura maldad, comparó su ofensiva con Estado Islámico de Irak y el Levante y utilizó fotografías y vídeos israelíes manipulados y desacreditados para fomentar islamófobos que justificarían la ferocidad de la respuesta de Israel. Israel tomó represalias, alegando defensa propia y armado con la luz verde de EeUu, con el objetivo de diezmar a Hamás. El alcance de la matanza y la destrucción israelíes en la Franja de Gaza ha llevado a académicos, expertos y abogados a afirmar que el Estado israelí está cometiendo un genocidio contra los palestinos. La Onu ha calificado Gaza de cementerio infantil, por los miles de niños asesinados por las fuerzas israelíes, que, para borrar todo signo de vida en la Franja, destruyeron escuelas, hospitales, panaderías y universidades. En respuesta a la complicidad occidental con la violencia israelí, en enero de 2024 Sudáfrica presentó cargos de genocidio contra Israel ante el Tribunal Internacional de Justicia; el tribunal dictaminó que tales acusaciones eran plausibles y ordenó que Israel adoptara ciertas medidas provisionales para minimizar la matanza de civiles. Israel no adoptó ninguna. Ese mismo mes, la Corte Federal de Distrito de California también dictaminó que, por su complicidad en este crimen, el Gobierno de Biden se enfrentaba a un caso plausible de genocidio. Detrás de esta matanza masiva se esconde otra amenaza: que los palestinos sean expulsados de Gaza con el pretexto de derrotar a Hamás, una tragedia que supondría la continuación de la Nakba. Algunos analistas han calificado la jugada de Hamás de suicida, por la reacción de Israel, o de irresponsable, por el enorme número de muertos que ha provocado entre los propios palestinos. Para juzgarlo, es necesario analizar las opciones que tenía Hamás en ese momento. No cabe duda de que el ataque en sí fue una ruptura crucial. Desde una perspectiva militar y estratégica, Hamás habría podido mantener indefinidamente su equilibrio con Israel y haber seguido oprimido por el bloqueo. Al publicar en 2017 sus estatutos revisados, Hamás estaba explorando opciones para un mayor compromiso político, como la aceptación de un Estado palestino en las fronteras de 1967. Nadie, ni en Israel ni a nivel internacional, quiso cuestionar el bloqueo, ni siquiera cuando surgieron protestas populares en su contra, como la Gran Marcha del Retorno (2018), y nadie se esforzó lo más mínimo en reaccionar a los cambios en la postura de Hamás. Para muchos palestinos de Gaza, el confinamiento era como una muerte lenta, y los actores israelíes regionales e internacionales asumieron que los palestinos habían sido derrotados, incapaces de revertir de una forma radical la estructura del apartheid israelí. Visto así, lo que podría considerarse suicida es el sometimiento de Hamás al dominio israelí. El hecho de que Hamás decidiese alterar esta estructura de dominio sugiere que estaba actuando de forma estratégica y que está jugando a largo plazo. Un Hamás reorganizado u otra formación igual de comprometida con la resistencia armada como medio de liberación podrían aprovechar en el futuro la evidente debilidad y fragilidad del Ejército israelí. Es decir, la ruptura se convierte en un espacio en el que pueden florecer alternativas, mientras que antes la única certeza era que la opresión palestina iba a continuar. Precisamente eso resulta esencial para Israel, y por ello, desde su punto de vista, la única forma de sobrevivir al golpe es diezmar a Hamás y establecer de nuevo la disuasión para que nunca jamás vuelva a ocurrir algo como la operación Inundación de Al-Aqsa, todo ello con apoyo de sus aliados occidentales. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha exigido una victoria total e insiste en que Hamás será desmantelada; el ministro de Defensa, Yoav Gallant, ha dicho que Israel borrará a Hamás de la faz de la Tierra. Israel nunca conseguirá este objetivo, de hecho, ya está fracasando. Como en cualquier lucha asimétrica, con no perder, los guerrilleros ya salen victoriosos, mientras que un ejército convencional pierde cuando no logra sus objetivos globales. Y el objetivo de diezmar a Hamás como movimiento es tan vago como inalcanzable. La deshumanidad de los palestinos es omnipresente en Occidente, lo que determina que cualquier intento de desafiar el sistema de dominación israelí provoque perplejidad y sea condenado. Desde esta perspectiva, Hamás actúa de forma irracional, el movimiento utiliza a su antojo a los palestinos de Gaza como escudos humanos y el sistema establecido era perfectamente sostenible. Estas reacciones entroncan con una tendencia generalizada a la hipocresía y el racismo, que normaliza la ocupación y la matanza diaria de palestinos y solo reacciona cuando la violencia se dirige contra los judíos israelíes. Se trata de una lectura que priva de capacidad de acción a los actores palestinos que intentan derrocar un régimen empeñado en hacerlos desaparecer. Es también una lectura que no se enfrenta a la violencia y a la compleja ética de la resistencia anticolonial y que tacha de inaceptable cualquier forma de movilización palestina, sea pacífica o no. Aun así, la acción de Hamás y el subsiguiente genocidio han planteado cuestiones importantes para los palestinos en relación con Hamás, Gaza y el futuro de su lucha. A muchos palestinos, por ejemplo, les preocupa que la ofensiva de Hamás sea el comienzo de otra crisis existencial. No hay que restar importancia a la inminente posibilidad de una limpieza étnica. Además, el abrumador número de muertos que está sufriendo la población civil de Gaza debe hacer reflexionar al colectivo sobre el enorme coste que ha supuesto el ataque de Hamás, aun cuando el principal responsable sea el régimen de apartheid israelí. La destrucción masiva de Gaza ha hecho prácticamente inhabitable ese pequeño trozo de tierra, de modo que, aunque cese el genocidio, no está claro si, a largo plazo, la vida de los palestinos podrá continuar allí. Dado que Hamás y otras facciones han acumulado experiencia a lo largo de los años y era de esperar que la ofensiva desatase la furia israelí sobre los palestinos, muchos argumentan que Hamás debería haber estado preparado para la violencia y haber planificado en consecuencia. Este hilo de pensamiento dice algo así como: Vale, la ofensiva de Hamás era estratégica para acabar con la estructura de apartheid, pero ¿con qué fin? ¿Qué pasa ahora con los palestinos? Pasarán años antes de que los palestinos puedan valorar si los cálculos de Hamás merecieron la pena, a pesar de la trágica pérdida de vidas. También es pertinente debatir si los dirigentes de Hamás habían previsto que la operación se desarrollaría del modo en que lo hizo. Se puede argumentar que el movimiento podría haber planeado un ataque selectivo contra las bases militares de los alrededores de la Franja de Gaza con la intención de recabar información, interrumpir el bloqueo y tomar combatientes como rehenes. No cabe duda de que una operación de este tipo, centrada en objetivos militares, también habría provocado una despiadada respuesta israelí, ya que el Estado seguía utilizando una táctica disuasoria. Sin embargo, la operación Inundación de Al-Aqsa superó con creces estos objetivos concretos y la masacre de civiles en Israel reavivó la opinión pública israelí e internacional de un modo que Hamás quizá no había previsto del todo. La magnitud del ataque, sus implicaciones para el pueblo palestino y la sorpresa que expresaron dirigentes políticos y aliados de Hamás hacen pensar que el brazo militar podría haber actuado por su cuenta. Es habitual que el brazo militar de Hamás actúe de forma autónoma, bajo la dirección estratégica general establecida por los líderes del movimiento, pero a cierta distancia, para proteger su naturaleza clandestina y la seguridad de los dirigentes políticos. Esta operación fue planeada y ejecutada por el brazo militar de Gaza bajo la dirección de Yahya Sinwar, con un grado de secretismo que cogió por sorpresa a la mayoría de los dirigentes políticos de Hamás. Plantea verdaderos interrogantes sobre la evolución de Hamás como organización (y sobre su evolución futura), teniendo en cuenta que fue el brazo militar el que llevó a cabo una operación tan transformadora, mientras que al brazo político no le quedó otra opción que seguirle la corriente. Además de los objetivos militares en sentido estricto, a la hora de planificar esta operación, Hamás tuvo en cuenta otros factores, sobre todo sus sentimientos contradictorios hacia el acto de gobernar. Hamás se sentía atrapado en su papel como autoridad gobernante de Gaza. Cuando el partido se presentó a las elecciones de 2006, albergaba grandes reservas sobre asumir un papel en el Gobierno o incluso formar parte de la Autoridad Palestina. Los dirigentes de Hamás dijeron expresamente que no iban a aceptar las limitaciones de gobernar bajo la ocupación, como había hecho Fatah a través de la Autoridad Palestina en Cisjordania, sino que pensaban usar su victoria electoral para revolucionar la clase política. Hamás hablaba de la necesidad de construir una sociedad de resistencia, una economía de resistencia, una ideología de resistencia a través de esas mismas estructuras; y utilizarlas como trampolín a la Olp, desde donde podría liderar, junto con otras facciones políticas, un plan para la liberación de Palestina que representase a todos los palestinos, no solo a los de los territorios ocupados. Hamás comprendió que, como no había una perspectiva real de creación de un Estado palestino, si se centraba en el Gobierno y la administración, solo estaría embelleciendo un bantustán dentro del sistema de apartheid israelí y no tendría perspectivas reales de soberanía. De hecho, ese es el modelo imperante en Cisjordania y, de haberse dado en Gaza, su carácter habría sido aún más extremo. El largo periodo de contención hizo pensar que el movimiento se había quedado atrapado en su propio éxito electoral y sus responsabilidades de gobierno. El 7 de octubre se demostró que no, que el movimiento utilizó ese tiempo para revolucionar su base, como siempre había sido su intención. Pensar qué podría haber ocurrido si se hubieran tenido en cuenta seriamente las propuestas políticas que Hamás planteó en sus estatutos de 2017 o qué podría haber ocurrido si el bloqueo de Israel hubiera seguido siendo impenetrable o si la operación hubiera fracasado son solo elucubraciones. El estrepitoso fracaso de los servicios de inteligencia israelíes y las hábiles tácticas asimétricas que emplearon los combatientes sugieren que la operación superó todas las expectativas. No es ni mucho menos seguro que el cambio estratégico de Hamás y su exitosa interrupción del apartheid israelí conduzcan a la liberación palestina. La violenta forma en que Hamás ha desafiado el statu quo podría brindar a Israel la oportunidad de provocar otra Nakba, que asestaría a los palestinos un golpe devastador. Ahora depende sobre todo de los palestinos y de otros actores regionales e internacionales que este momento de desequilibrio se aproveche para un futuro más justo. Lo que está claro es que no hay vuelta atrás. Sin embargo, los líderes y los diplomáticos israelíes, estadounidenses y de otros países occidentales se están preparando precisamente para eso. Aún no ha remitido la violencia genocida de Israel, pero el debate ya se centra en el día después. Todos los indicios apuntan a que Israel y EeUu quieren replicar en la Franja de Gaza el modelo de gobierno colaboracionista palestino de Cisjordania, que, en su opinión, es todo un éxito. En lugar de poner en marcha un proceso político integrador, que tenga en cuenta a Hamás y a otras facciones, y permitir que los palestinos elijan a sus propios representantes, Israel y EeUu reproducen un enfoque antiguo, que consiste en elegir a líderes obedientes que cumplan las órdenes de potencias externas. El supuesto objetivo es unificar los territorios palestinos, pero después de destruir a Hamás y borrar oportunamente el papel que ambas partes han desempeñado a la hora de fomentar la desunión en el pasado. Lo que buscan no es una reunificación, sino un Gobierno obediente: la creación de una estructura de gobierno en la que un liderazgo dócil gestione las necesidades civiles bajo una estructura general de dominación israelí. Para que se establezca una autoridad elegida por Israel y EeUu, primero es necesario arrasar Gaza y matar o desplazar a sus habitantes. Esta política dependerá de si Hamás sobrevivirá o cómo evolucionará. Es evidente que, cuando termine el genocidio, la infraestructura militar del movimiento habrá sufrido un duro golpe, aunque no tan grave. El movimiento ha persistido en el campo de batalla sin sucumbir a ninguno de los objetivos militares de Israel. Tras más de seis meses de incesantes bombardeos, se han liberado prisioneros israelíes a través de negociaciones diplomáticas. La vasta infraestructura de túneles que construyó Hamás, que se estudiará durante décadas como innovadora forma de lucha anticolonial asimétrica, ha conseguido proteger la mayor parte del arsenal de Hamás. Es posible que el movimiento sea expulsado de Gaza, que sus combatientes sean perseguidos y asesinados, que sus líderes sean perseguidos en el extranjero; es posible que su brazo militar se desintegre y se reagrupe en una red descentralizada de células que operen en toda la Franja de Gaza, y que, por tanto, adopte una nueva forma organizativa en relación con el buró político; es posible que Hamás resurja en Cisjordania, donde cuenta con una amplia red de apoyo y goza de popularidad. Lo que es imposible es predecir el resultado exacto, pero está claro que la ideología política de Hamás (su compromiso y su defensa de la lucha armada contra la violencia colonial) persistirá. La resistencia palestina es cíclica. Surgen partidos que se resisten a la colonización israelí y, debido al uso excesivo de la fuerza militar y a la marginación diplomática, se ven obligados a ceder y retirarse. Hamás surgió en 1987 a partir de las concesiones de la Olp, defendiendo los mismos principios que la Olp había articulado antes de su ascenso, pero redactados con una ideología islamista que sustituía el marco nacionalista laico. Hay una continuidad en las reivindicaciones políticas palestinas que se remontan a 1948 y a mucho antes de la creación de Israel. Lo importante no es si Hamás sobrevive o no en su encarnación actual: la resistencia palestina (armada y de otro tipo) contra el apartheid israelí persistirá mientras siga habiendo apartheid y mientras los palestinos no sean aniquilados como pueblo. Los primeros indicios apuntan a que Israel está experimentando con modos de reinstaurar alguna versión de las ligas aldeanas, que traten con líderes locales que administren la población. Este es el modelo que suelen pedir los líderes de derechas que buscan acabar con la Autoridad Palestina, y podría plantearse como una estructura a largo plazo: que el Ejército israelí vuelva a ocupar la Franja de Gaza y a establecer sus asentamientos en diferentes silos. También podría ser una solución temporal hasta que la administración de la Autoridad Palestina pueda volver a Gaza; lo que se espera en este caso es que, una vez allí, gobierne igual que ahora gobierna Cisjordania. Una entidad gobernante como esa tendría aún menos legitimidad que ahora, algo difícil de imaginar. Lo que la comunidad internacional pregona como Dos Estados es este modelo: reunificar Cisjordania y Gaza bajo el Gobierno de la Autoridad Palestina sin cuestionar el dominio israelí. Se trata de un marco que permite la autonomía palestina, pero sin alcanzar la soberanía, y no es más que el mismo apartheid con un nuevo vestido más agradable. De este modo, la Autoridad Palestina remataría el trabajo de Israel, al actuar contra los restos de la infraestructura de Hamás bajo la apariencia de coordinación de seguridad. Sea cual sea el resultado, está claro que Hamás dejará de existir como autoridad gobernante y retomará su papel militar, aunque sea una organización debilitada y aislada. Lo que el movimiento está intentando es aprovechar la ruptura que provocó el 7 de octubre para revitalizar la lucha palestina por la liberación, conseguir una unidad política entre las distintas facciones y revivir esa estructura de una forma más integradora y representativa. Desde el 7 de octubre, Hamás ha articulado sus exigencias políticas, ha expresado que está dispuesto a aceptar la formación de un Estado palestino con capital en Jerusalén Este y ha hecho un llamamiento a que Israel rinda cuentas. Todo ha caído en saco roto, porque las potencias occidentales han extendido un manto protector sobre Israel que permite que este persiga su objetivo de destruir a Hamás y la Franja de Gaza y, de ese modo, siga tratando la cuestión de la lucha palestina por la autodeterminación por medios militares, en vez de políticos. No obstante, sería estrecho de miras colocar el futuro de la liberación palestina solo sobre los hombros del movimiento. Es cierto que Hamás es la única gran organización palestina militarmente activa, pero es solo una facción dentro de un ecosistema mucho más amplio y diverso de organizaciones, facciones e instituciones palestinas que se están movilizando para hacer frente al apartheid israelí y que se niegan a volver a la situación del 6 de octubre. El apartheid no es invencible y que, independientemente de cómo se presente el día después, fracasará a menos que se garantice a los palestinos su derecho inalienable a la autodeterminación como pueblo. Los dirigentes políticos israelíes y sus subcontratistas en la Autoridad Palestina aún no han aprendido esta lección. Al margen de cómo se escriba el próximo capítulo de Hamás, está claro que el movimiento ha conseguido romper con la ilusión de que el apartheid israelí puede continuar sin coste alguno. La destrucción de la Franja de Gaza y la espantosa pérdida de vidas civiles suponen un doloroso golpe para los palestinos que recuerda a la Nakba de 1948. Al caer la fachada del proceso de paz, se ha abandonado el mortecino lenguaje político de la construcción del Estado y la partición y se ha vuelto a los términos iniciales, lo que ha dado paso a una comprensión de la realidad del apartheid israelí. El destino de Palestina no solo tiene que ver con Palestina, sino con el orden global y la lucha por un mundo justo. Los occidentales han utilizado la Onu para promover sus propios proyectos hegemónicos: resulta evidente al comparar las reacciones occidentales a la invasión rusa de Ucrania con las reacciones al genocidio israelí. Países como Sudáfrica han tomado nota y han desafiado la hegemonía en el Tribunal Internacional de Justicia, al llevar este genocidio a los foros internacionales. Por usar las palabras del poeta, escritor y político francófono de Martinica Aimé Césaire, a través de Gaza, el bumerán colonial rebota contra la metrópoli.
Tareq Baconi (Ammán, Jordania, 1983) es profesor visitante en el Instituto de Oriente Medio de la Universidad de Columbia y profesor visitante en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Sus escritos han aparecido en medios como London Review of Books, The New York Review of Books, The Washington Post, The Nation, Foreign Affairs y The Guardian, y suele comentar asuntos de Oriente Medio en National Public Radio, Democracy Now y Al Jazeera. Fue investigador del programa de Oriente Medio y el Norte de África del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, donde se centró en la política de recursos naturales en Oriente Medio y el Norte de África. Ha trabajado como consultor en el sector energético. Paralelamente a su labor de asesoramiento ha llevado a cabo numerosos proyectos de investigación relacionados con la geopolítica contemporánea de la región, en particular con el conflicto palestino-israelí y los movimientos islámicos. Fue becario de política estadounidense de Al-Shabaka entre 2016 y 2017, de cuyo consejo de administración es presidente. Fue también analista principal para Israel-Palestina y economía del conflicto en el International Crisis Group, con sede en Ramala.
