Andreas ama a Nat o el patriarcado, como el valor, se le supone.

—un previsible patriarcado, para una niña de ciudad—

Había sillas plegables para sentarse,
aunque muchos lo hacían directamente en el suelo

(Sara Mesa, La familia)


Quien nombra lugares bajo La Escapa, Petacas y Cárdenas, y titula Nat[alia] y Andrea[s] a la pareja protagonista, es que no quiere ofrecer realismo. Y si en ese cruce entre corte y aldea no aparecen wifi o internet, es que esa ficción no circula por la actual España Vaciada que espabila bajo turismo rural.

La Escapa o Cárdenas, corte o aldea, Sara Mesa o Isabel Coixet no emiten realismo, presumiblemente, a mayor gloria de un mundo de libros de papel donde lo digital no entra o no se tiene en cuenta, y donde lo mejor es el título, contra el romanticismo, un amor.

Vista y leída la película y la novela, y consultadas las críticas de Un amor, nos resulta impensable una lectura realista, es decir: España 2020-23, donde la protagonista acredite, ante la tribu local, los tres pies que darían peso al realismo: un domicilio, un trabajo y un currículo.

Sara Mesa perfila a Nat con un pasado: hubo un robo y una cuestión de confianza, que era importante, y que la protagonista había perdido. Coixet, en cambio, todo ese pasado se lo salta y da a Nat un trabajo en una oenegé de atención a inmigrantes donde las relaciones de empresa son sustituidas por relaciones personales.


COMENTARIO DE TEXTO, citas de Sara Mesa:


UN DOMICILIO, UNA CASA

El hombre argumenta que ella vio perfectamente cómo estaba la casa y que si no se fijó en todos los detalles no es responsabilidad de él, sino suya.

UN OFICIO, UN TRABAJO

Era un trabajo de oficina, dice. Traducciones comerciales, correspondencia con clientes extranjeros, cosas así. Es el primer encargo que recibe, explica ella. El primero de traducción literaria, matiza, nunca antes se había enfrentado a algo así. De hecho, podría considerarse que está a prueba. La editorial que le ha ofrecido el trabajo confía en sus capacidades, pero se trata de un salto cualitativo, eso es innegable. La traducción comercial es puro trámite y esto…, bueno, lo que ella hace apunta a la esencia, hacia el meollo mismo del lenguaje.

Frente a lo que podía haber esperado, Píter no le reprocha que haya abandonado su empleo intelectual, la traducción que tanto alababa, por una tarea mucho más utilitaria y sin brillo como es atender a un par de viejos.

UN CURRÍCULO, UN ROBO

El robo (1), Nat con Píter

Ella no es valiente, replica. No se marchó de su trabajo voluntariamente. No del todo. ¿Quiere saber la verdadera historia? Píter se inclina hacia ella. Por supuesto. Ella robó algo. Había robado sin necesidad, por un impulso. Nunca llegó a entender el motivo que la llevó a hacerlo. No fue un desafío social y mucho menos por codicia. El objeto estaba allí y ella, simplemente, lo cogió. Pertenecía a uno de los socios de la empresa. O, mejor dicho, a la mujer de uno de los socios, algo valioso que había olvidado en una visita. Más tarde se hizo complicado devolverlo. Aunque hubiese querido -y claro que quería-, ya era imposible restaurar el orden. Podía restituir lo robado, pero no sin consecuencias. Optó por callarse. Al final la pillaron. La llamaron en un aparte, se comportaron con discreción. Hasta entonces había sido una buena empleada, cualificada y responsable, así que solo le preguntaron por sus razones, que no supo dar. Bueno, le dijeron, a veces uno no sabe por qué hace lo que hace, ¿verdad? Tanta amabilidad la hizo sospechar. No podía creer que con una simple advertencia fuese bastante. Quizá alguien había mediado para obtener su perdón. Alguien que más tarde le haría saber que le debía un favor. Su absolución tenía ahora un alto precio, y no estaba segura de querer pagarlo. No quería quedarse en un sitio donde, a partir de ese momento, la mirarían por encima del hombro, con condescendencia, sabiendo que tenía algo que callar y que, si seguía trabajando allí, era gracias a la generosidad y la compasión de sus superiores, bajo las nuevas cláusulas de un contrato no escrito.

El robo (2), Nat con Andreas

—¿No sabes que hay personas que roban por necesidad? ¿Que pierden sus trabajos a diario, sin la menor justificación? ¿Que son despedidas por un mero descuido? ¿A ti te perdonan y todavía te quejas? —¡No me quejo! ¡Yo hablaba de otra cosa! —¿De qué hablabas entonces? Andreas que jamás se altera habla a continuación de su madre. Le cuenta que era kurda, procedente del norte de Irak. Siendo muy joven, se vio forzada a huir de una guerra y tuvo que exiliarse a Turquía caminando, durante días y noches, con un bebé -él- en brazos. Pasó hambre y calamidades en Alemania y aun así, dice, su madre nunca robó nada. Era una buena mujer, generosa y valiente. De sus labios jamás salió una queja. —Lo siento -susurra Nat. —¿Qué es lo que sientes? ¿El sufrimiento de mi madre o haber estado quejándote por nada?

El robo (3), Nat sola al final de la novela

Entonces, de improviso, el robo que cometió en el pasado adquiere todo su sentido. Ahora sabe leerlo. Comprende que no se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente, mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad. Ve con claridad que todo conducía a ese momento. Incluso lo que parecía no conducir a ninguna parte.


UNA CUESTIÓN DE PATRIARCADO:
Andreas ama a Nat

1. ¿No se suponía que los hombres, a partir de cierta edad, se cansaban más? Andreas es incansable.

2. La sexualidad de Andreas es la de un hombre sencillo, piensa, la de un hombre pacífico.

3. Cuando era una niña, un vecino, abusó varias veces de ella.

4. —¿Te gustaba yo desde el principio? —Entonces soy yo como pudiera ser cualquier otra. —Podrías ser otra y yo también podría ser otro. Siempre es así. —Pero si yo no hubiese venido en tu busca después de… la primera vez, ¿nada de esto habría pasado? —Posiblemente no. —Duele mucho oírte decir eso. Él sonríe, abstraído. —No debería dolerte. Al final, ha pasado. Eres tú y soy yo. Eso es lo que cuenta.

5. No hay mayor unión entre personas que entre ellos dos, se dice. Quizá él tiene razón. Quizá es mejor no penetrar en el misterio, no tratar de entenderlo, para evitar que se corrompa. El malestar de la felicidad es una idea que le ronda ahora con insistencia: un tipo de felicidad que contiene en sí misma la semilla de su propia destrucción.

6. Con el paso de los días toman la costumbre de cenar primero e irse a la cama después; el cambio es registrado por Nat con decepción y un ligero pero agudo dolor, porque es señal de la pérdida de la urgencia, ese deseo tan acuciante, tan feroz, que los dos tenían al principio y que no admitía aplazamientos.

7. Es solo al terminar de hablar cuando el peso del silencio se hace evidente ‑el aire viciado, el ronroneo de Li a sus pies‑ y Nat toma conciencia de la respiración lenta de Andreas, inmóvil a su lado.

8. —¿No sabes que hay personas que roban por necesidad? ¿Que pierden sus trabajos a diario, sin la menor justificación? ¿Que son despedidas por un mero descuido? ¿A ti te perdonan y todavía te quejas? —¡No me quejo! ¡Yo hablaba de otra cosa! —¿De qué hablabas entonces?

9. En otro tiempo no hubiesen querido salir de la cama, no estarían desperdiciando las horas de esa forma. ¿Ahora necesitan excursiones?

10. Ese hombre, sin embargo, estudió una carrera universitaria. Vivió en la ciudad durante muchos años. Estuvo casado. Casado con una chica muy joven, presumiblemente atractiva. Se divorció. Ha seguido los ritos normales de la vida, los habituales.

11. Ese día será el primero en que no consiga olvidar valiéndose del deseo. La primera vez que tenga que doblegar sus pensamientos cuando ambos se desnuden, que se esfuerce por no decaer, que su cuerpo tarde en responder, que exagere el placer, que…

12. No hay nada más ajeno a la naturaleza de Andreas que la ira. Nat nunca lo ha visto exaltarse o perder los papeles, como ella misma acaba de hacer con el asunto de la piscina. Ni siquiera el día que le habló de su madre levantó la voz. Y jamás discute.

13. Nat se queda horrorizada. ¿Por qué ahogarlas (las crías de la gata)? ¿No había otra opción? ¡Ni siquiera se planteó otra opción! ¿Por qué no se las pudo quedar? ¡Tiene espacio de sobra! ¿O regalarlas? ¿No tiene remordimiento por haberlas matado?

14. —Hablas como mi casero. Con el mismo desprecio. Os sentís por encima del resto. —Porque tu casero tiene razón. Aquí nos manejamos con otras reglas. Y tú no las entiendes. No es que no las asumas. Es que eres incapaz de entenderlas. —¿Qué reglas? ¿A qué reglas te refieres? ¿A cambiar mano de obra por sexo, por ejemplo?
No le da tiempo a arrepentirse. Lo ha dicho ya y es irremediable. Andreas la aparta de su lado con un brazo, la mira con dureza. Sentado en la cama suspira hondamente, se alisa el pelo y luego le dice, con absoluta calma, que quiere romper.
—¿Romper qué? -pregunta Nat, temblando. —Romper esto que tenemos. Como quieras llamarlo. Acabar. Romper. —Ni siquiera sabía que tuviéramos algo! —¿No? ¿Y esto de venir todas las tardes a mi cama qué es? —Eso llevo yo preguntándome todo el tiempo: qué es. —Jamás lo has entendido, ¿verdad? Por eso me espías, rondas en torno a la casa a ver si estoy o no… Porque no entiendes nada. —¿De qué hablas? —Sabes de lo que hablo. Se acabó. Has agotado mi paciencia.

15. —¿Sabes? Tuve que ir a Cárdenas hace poco. Había policías armados en todas las calles. Todo acordonado, con helicópteros dando vueltas. Esperaban la visita de alguien importante, de un primer ministro, creo, de un jefe de Estado o algo así, para una cumbre internacional sobre no sé qué. No llegué a enterarme bien, me fui lo antes que pude. Un horror.
Nat no reacciona. No consigue entender qué dice Andreas. ¿A qué se refiere? ¿Procura consolarla o advertirle de un riesgo? ¿Hay un mensaje oculto en sus palabras? ¿O trata, simplemente, de distraerla? Suena irreal, como si otra persona hablase por él o a través de él.
En realidad suena grotesco, torpe, inculto, tal como le parecía al principio, cuando lo miraba de lejos y solo era un pedazo de paisaje, nada más. El alemán, un hombre cualquiera, como cualquier otro. Y ella, piensa, se había empeñado en traducirlo, en llevarlo a su terreno. Qué absurda pretensión, se dice. Si no fuese ridículo, sería hasta divertido.
—¿De qué te ríes ahora? -pregunta él, asombrado-. A ti no hay quien te entienda.

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