arte y artistas. el arte como impostura.

La vida es una larga conspiración contra el maltrato, y el eufemismo casi una obligación. El altruismo no existe y cuando existe no lo conocemos. El arsenal de citas que se amontonan en páginas de frases célebres son demostración de la vanidad que manejan citados y citantes. Gandhi, Mandela, Luther King o lo último del filosofillo de turno (pongamos Emilio Lledó, que se lleva mucho esta temporada) no hacen, con su altanería, más que poner de relieve lo arrogantes que somos. Así, ocurre que detrás de una marea blanca, verde o amarilla, se esconde la defensa gremial de mi puesto de trabajo, que poco o nada tiene que ver con mi interés por ti. Sectores vocacionales son especialmente sensibles. «Sin cultura no hay vida», dice en su pancarta la muchacha que quiere vivir de lo que aprendió en el conservatorio. «La vida está en los libros», dice el librero en crisis de competencia con Amazon HTML. Y cuando la marea verde, sector enseñanza, defiende la enseñanza pública en nombre de la educación general, en realidad (y no acuso: yo he sido y soy de esa marea) está defendiendo su puesto de trabajo, puesto que, defendido por el profesorado de la enseñanza concertada, entrará en colisión con otros sindicatos de la enseñanza. En el otro extremo de la paradoja, estarían currantes de Airbus o de Navantia que, alegando la importancia de su trabajo para el sostenimiento de su familia, al final defienden y sostienen con sus monos azules la fabricación de armas o transportes de armas que irán a dar a familias como la suya. Nadie es inocente. Yo tampoco.

El sindicato del arte y la cultura anda removiendo el patio y pidiendo alivios del Gobierno para compensar pérdidas sufridas y por el mundo del espectáculo. Te hablan de arte cuando quieren hablar de artistas. Te hablan de libros y librerías, cuando quieren hablar de sociedad de autores.

Lo que está en juego es la división primera y fundamental del trabajo. El sector del arte y la cultura, ese que expone sin rubor su lema de “arte y cultura para todos”, en realidad quiere vivir de la mitad de la vida que pertenece al resto, también a currantes de la construcción o del metal o de la minería: se llama ocio. Todos tenemos derecho al ocio y lo que no se quiere es producir bienes de consumo: casas, carreteras, automóviles, bicicletas o teléfonos móviles. Ese es el trabajo, y, lo demás, cultura.

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