DOS PELÍCULAS (Cine e ideología)

El puente de los espíasDOS PELÍCULAS
cine e ideología

Son dos buenas películas y las dos son falsas. La película La isla [de Perejil] (2015), del marroquí Ahmed Boulane, toma a broma, y le sale francamente bien, algo que no tuvo gracia: el conflicto del año 2002, cuando una intervención del ejército español desalojó de la isla a unos pocos marroquíes. Cuerpo de actores y director que presentaron el film en el Festival de cine europeo de Sevilla justificaron La isla por la necesidad de redimensionar por el humor lo que hubiera podido terminar en tragedia. Y, todo, por un islote de nada. Pasa que no es lo mismo la risa a un lado y otro del incidente. Si el humor se justifica por un islote de nada, por qué, si es tan ‘de nada’, no se devuelve al mapa de donde fue quitado, quiérase o no Marruecos, de cuya costa Perejil dista 200 metros. La otra buena película sobre falsas premisas es El puente de los espías (2015), la última de Spielberg, con los hermanos Cohen al guion, ambientada en la Guerra Fría entre 1957 y 1961, cuando se levantó el Muro de Berlín. La película pinta unos estadounidenses muy preocupados por la amenaza soviética, cuando ese miedo fue infundado, alimentado por los propios Estados Unidos para justificar su presencia en Europa y para asfixiar económicamente a la URSS a base de la carrera de armamentos. Víctimas de esa estrategia de amenaza y de desgaste, las repúblicas democráticas (obligadas a levantar sus países en ruina) se vieron forzadas a destinar a una guerra que nunca se produjo lo que necesitaba el bienestar de sus pueblos. En cuanto a Berlín, imagine que su ciudad la dividen en dos, la rica y la pobre. Si pudieran, cruzarían a la parte rica. Fueron los cálculos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que se habían quedado con más de la mitad del Gran Berlín (480 km cuadrados y 2,2 millones de habitantes), frente a la parte soviética (400/1,1). No justificará eLTeNDeDeRo el levantamiento de muros pero, desde 1945 hasta 1961, más de 15 años aguantó el Berlín pobre, el que tenía que construir el socialismo, las presiones y provocaciones del Berlín rico, especialmente rico en tanto se trataba de hacer de Berlín Oeste el mejor escaparate de las glorias y excelencias de los llamados países libres. Es como si en esos mismos años se incrusta una cuña de la opulenta Miami en el corazón de La Habana, donde, al mismo tiempo que pesa la asfixia por el bloqueo económico, siguen insinuándose maravillas al alcance de la ciudadanía cubana. Esa fue la provocación a la que quiso responder la Unión Soviética con el siniestro Muro de Berlín, más siniestro aún cuando se piensa cómo hubiera sido la historia si Estados Unidos, en lugar de combatir a los pueblos que se han salido del guion de su capitalismo, hubiera ayudado o permanecido neutral. El personaje de Tom Hanks (el abogado James Donovan defensor del espía ruso Rudolf Abel, carne de silla eléctrica, a quien salvó la vida para canjearlo por americanos presos en el otro lado) nos llega por su terca integridad, por su sentido de su oficio y por su buen olfato, pero sus bondades individuales no lo salvan de haber pertenecido a la peor sociedad que conocieron los siglos: los Estados Unidos de Norteamérica tras la Segunda Guerra. Go home.

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