MAIL DELIVERY

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El cuento es breve, de terror y verídico. Al margen de diatribas sobre el sexo de la lectura, que si en papel o en digital, yo andaba acostumbrándome al libro electrónico que me habían regalado, marca Kindle, a base de descargas de libros gratis. Gratis es la Antología de la literatura fantástica, de Borges, Ocampo y Bioy Casares, del año 1940, aunque en versión infame, llena de erratas, de prueba de imprenta. Iba por el relato que más me interesaba para mi Tinta de calamar, El calamar opta por su tinta, del propio Bioy Casares, parte de su libro El lado oscuro de la sombra, ya en 1962. Esto de que una antología incluya un texto 22 años antes de publicarse, es la leche o la lechera, misterio reducido, seguramente, a las ampliaciones que se merece una antología viva original. Averiguándolo estaba en internet, cuando, desde la esquinita inferior derecha de la pantalla, se me encienden y apagan esas alertas Google cada vez que tenemos un correo nuevo. En principio, todo normal. Pero detrás de unas alertas vinieron otras y otras. Joder con los correos. Abrí directamente Gmail y la bandeja de entrada subía de los trescientos. Empecé a sospechar al ver que algún mensaje me felicitaba el año nuevo de 2010, en 2013. Me estaban petardeando con la correspondencia secuestrada hacía años. ¿Sería un virus? ¿Y si tanto diluvio me reventaba la capacidad de memoria, las 15 gigas que Google nos tiene concedidas, y yo, el rata, tuviera encima que contratar Gmail de pago? El chorreo no paraba y la culpa vi al final que era de Telefónica, desde donde me venían redireccionados, a mi buzón único, los viejos mensajes de una cuenta que tuve en arroba telefónica net. Estos se están vengando por haberme cambiado de compañía. Tranquilo. Tú haz una circular, un aviso colectivo, y notifica: ‹‹Este es un correo automático de Daniel Lebrato para decirle que su única cuenta es tal y cual. Perdone las molestias.» Recibió la circular mi buen amigo Rafael Gálvez, ángel custodio donde los haya, quien a vuelta de correo, me respondió: ‹‹Danielito, ¿qué haces tú transmitiendo correos de hace siglos? No te pega, mi arma. ¿En qué estarás pensando?» En la madre que parió a estos mensajes emergentes, en lo tarde que era para comprar el pan y el periódico y lo tardísimo para mi cerveza. Me disculpé en el acto: ‹‹Vínome un virus, querido Gálvez, que dejome Tálvez.» A lo que Rafael, que pasa por ser Rafalito Camborio, me salió citándome a Virgilio: ‹‹Arma virusque cano.» Total, que si ahora les cuento este cuento es por entretenerles un poco y repetirles mis excusas. Las moralejas son varias. Una, que con Telefónica o Movistar, como se hace llamar ahora, no se juega. Otra, alimentaría la antología de lo fantástico: imagínense que les pasa a ustedes lo que a mí, y que les llueven de pronto todos los correos de su vida. Ahí cabe una cita vital que hayamos perdido, una carta humana irrepetible. También, del otro lado, la gente va cambiando. This is an automatically generated delivery status notification: JavierLeidán@terra.es failure. Adolfo Bioy Casares (1914-99) es el único autor, que yo sepa, cuyas iniciales forman el ABC. Su calamar nos acerca a un ser de otro mundo que se saca el certificado de estudios primarios y luego cursa el bachiller y una carrera, hasta que se esfuma. El libro electrónico es genial para leer como yo leo en la cama: solo tienes que tomar precauciones, si te duermes y se cae al suelo y se rompe. La última lección es que siempre seré, mientras la vida me deje, vuestro. Vuestro y, me supongo, de Gmail.

daniellebrato@gmail.com, 22 de septiembre de 2013

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