Si el recién presidente Pedro Sánchez no se atrevió a titular Consejo de Ministres al Consejo de Ministros y ministras (con lo que hubiera acabado con la polémica e impuesto la palabra por decreto en Boe), ahora, en Día del Orgullo, Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, se atreve a vindicar el español de la -e “como tercer género lingüístico y porque ya no valen la -a o la -o”. Carmena ha animado a colaborar con “ellas, ellos y elles” y se ha dirigido a su audiencia con “Queridos, queridas y querides”. El periódico que lo hace noticia recoge en redes nada más que opiniones y votos en contra y denuestos contra la alcaldesa. Eso tiene el carácter conservador de cierta prensa y de sus lectores. Bien por Carmena y bien por quienes van añadiéndole letras al primer Orgullo, letra G, hasta LGTBI y lo que venga.
Aunque Tercer Género suena bonito y peliculero, querides no es exactamente tercer género gramatical, que en español sería el neutro en -o (entre el bueno y la buena, está lo bueno). Querides sería más bien de género epiceno (en griego, género común) o dual o no marcado. El ‘más bien’ nos lo hace poner nuestra postura para la revolución del lenguaje: no se trata de acogerse a lo que hay sino de inventar lo que haga falta inventar en estos tiempos que ni gramáticas ni etimologías, ni griegos ni romanos, que nos pasaron el idioma, podían tener previstos y porque el dualismo de masculino y femenino también debe ser discutido. La palabra querides (como la palabra persona o la palabra víctima) incluye sea cual sea la sexualidad o el sexo. Por tanto, lo que a Carmena le ha faltado es ahorrarse el “queridos y queridas” y haberle dado al amplio conjunto humano que la escuchaba el ecuménico y agenérico querides (lo que en lingüística sería usar -e como epifonema de -a y -o). Y en cuanto a la reacción (reacia) de la comunidad ortodoxa, la experiencia nos dice que el lenguaje de géneros es como una exposición al público que precisa en el hablante vencer timideces o vergüenzas. Luego el lenguaje de géneros tiene la consistencia de que, quien lo usa una vez, lo usa ya siempre, ya no lo puede abandonar, como vemos en personajes públicos cuya postura es muy fácil de detectar, por dónde respiran en materia de colenguaje o coeducación. Impongamos el español de la e desde la autóritas que nos confiere nuestro cargo o nuestra influencia, como ha hecho la alcaldesa de Madrid. Ese colectivismo gregario, que es al cabo la lengua, acabará contagiándose a quienes nos escuchan o atienden y tienen menos seguridad en la lengua que nosotros. Quien, por supuesto, no pinta nada aquí es la Academia, parte de una España negra que solo impone su monarquía de sombras y memeces. Hablemos como Carmena mejor que como Pedro Sánchez, querides.